” Hay cosas en la vida que no puedes controlar. Pero siempre podrás controlar cómo respondes ante ellas. Y eso… puede salvarte. Porque incluso en el infierno, quien tiene un propósito, tiene esperanza.’’ Viktor Frankl
Si algo ha quedado claro en esta penosa trayectoria es que el totalitarismo cuenta con elementos de sumisión que logran su cometido: el pesimismo, la desesperanza, el miedo, el fatalismo; que son los principales factores que estimulan, propician y desarrollan estos regímenes, pues ayudan a mantenerlos, en lo psicológico, pues obviamente la fuerza es el factor que en última instancia sostiene este tipo de regímenes. Luego, la sumisión se convierte en uno de los factores de la vulnerabilidad, puesto que bloquea la posibilidad de la palabra y, por lo tanto, del relacionamiento con los otros; eliminando, por lo tanto, la autonomía de la comunicación, lo que suele incrementar la desesperanza.
La desesperanza es una emoción común que suele aparecer bajo los sistemas totalitarios debido a la pérdida de libertades individuales, la represión política y la falta de oportunidades. El control total del Estado, la manipulación de la información, la constante vigilancia y la cruenta represión generan un ambiente de miedo e incertidumbre que dificulta la esperanza en un futuro mejor.
Para los psicólogos, la desesperanza aprendida es una especie de convicción presente en algunas personas, de que resulta inútil, o es imposible cambiar la realidad y que independientemente de las acciones que emprenda para cambiarla, las cosas se quedarán como están. “No se puede hacer nada”, “hagas lo que hagas siempre será lo mismo”, “no hay salida...”, estos pensamientos son propios de la desesperanza aprendida. Esta sensación aparece cuando, por un motivo u otro, la persona sufre varios fracasos continuos en una lucha, lo que hace que se vaya mermando su energía para volver a intentarlo.
Hoy nos hemos percatado cómo este régimen ha recurrido a su uso como estrategia para generar en los factores democráticos desmoralizarlos y evitar iniciativas resistentes a los abusos de poder, y, sobre todo, a su necesaria organización. Cuanto más avanza la desesperanza, menos oposición se presenta, porque no se le puede dar sentido a una oposición que queda dispersa. Se desmontan tanto las relaciones políticas como sociales, y con ellas se desmonta la misma personalidad del ciudadano. La presencia de la desesperanza no deja surgir proyectos, porque nadie los formulará, si nadie cree en la posibilidad de una alternativa al desmontaje del porvenir.
No podemos ignorar que forma parte de la condición humana no ceder ante las contrariedades, y buscar nuevas vías para salir airosos en el combate que se emprenden contra ellas. Y es en ese momento que se presenta el renacer de la esperanza, de ese sentimiento que ha permanecido inserto en la humanidad por mucho tiempo. Lo encontramos como una de las primeras referencias al optimismo que encierra esta palabra apuntadas en la mitología griega con la “Caja de Pandora”, un ánfora que tenía prohibido abrir la cuñada de Prometeo. Sin embargo, Pandora hizo caso omiso de esta advertencia y liberó todos los males del mundo. Cuando pudo cerrarla, adentro quedó Elpis, el espíritu de la esperanza.
La esperanza no es una alegría fingida, ni un sentimiento ligero de reflexión, se trata de una fuerza interna que nos empuja hacia lo desconocido, lo que intuimos, que está por llegar. La esperanza es una fuerza que nos convida hacia un porvenir promisorio, pero sin caer en espejismos o en la en la ilusión de que todo tendría que darse como lo habíamos imaginado, o lo habíamos escuchado. La esperanza se alimenta de lo que hemos vivido y de cuanto acontece en la actualidad. La esperanza comporta confiar, ilusionarse, desear y creer, pero es más que confiar, ilusionarse, desear y creer.
Richard Boyatzis, doctor en psicología social por la Universidad de Harvard, hace algunos planteamientos que nos pueden ser útiles, particularmente en las actuales circunstancias que nos están tocando vivir, estresantes, desesperanzadoras: "Cuando nos sentimos esperanzados y positivos con respecto a alguna situación, la mayor parte de la actividad eléctrica se produce en el córtex prefrontal izquierdo. Y cuando nos sentimos amenazados o con miedo, o a la defensiva, es más bien el córtex prefrontal derecho el que tiene mucha actividad eléctrica. Y resulta que, cuando puedes ayudar a alguien, y lo haces, eso cambia el sentimiento respecto a una situación, de negativo o defensivo a esperanzado; de hecho, desplazamos la actividad hacia otra parte del córtex prefrontal, del derecho al izquierdo… Se ha descubierto que cada vez que una persona experimenta estrés, y tiene esta actividad en la parte prefrontal derecha del córtex, las reacciones naturales del cuerpo traen como resultado la muerte de esas células, en el sentido de que impiden su crecimiento y su actuación. En cambio, cuando experimentamos más esperanza, el optimismo y las sensaciones positivas, se crea un entorno neuronal favorable, como el jardinero que asegura que haya suficiente sol y agua en el jardín. Y estos nuevos tejidos nerviosos pueden luego crecer y aumentar nuestra capacidad cerebral”.
Por ello, hoy es fundamental que no nos dejemos vencer por la desesperanza, ya que, como seres humanos, crecemos en la medida en que nos convencemos de la certera posibilidad de un porvenir mejor y de convencernos que no hay poder, por ruin que sea, que pueda quitarnos el sagrado deseo de ser libres. En estos momentos resulta apropiado recordar al precursor de la ciencia política, Nicolás Maquiavelo: «Nunca ha sido una buena opción inculcar la desesperanza en el pueblo porque quien no espera el bien tampoco teme al mal».