¿Quién les pagará?

Quienes, luego de ser injustamente encarcelados fueron liberados al ser expulsado el déspota del poder, fueron recibidos por sus semejantes como héroes, pero eso no fue linimento para sus traumas, ni borrador para los recuerdos de los terribles días, meses o años pasados en oscuros y malolientes cubículos carcelarios

Cuando opinas sobre un tema que no conoces, corres el riesgo de rebuznar. Pero puedes encontrar un alma caritativa que escuche tus rebuznos y te explique sobre el asunto, y así aprendes algo. Sólo tienes que rebuznar.

Hemos leído muchas veces cómo, a lo largo de la historia, ciudadanos indefensos han sido víctimas de sanguinarios mandatarios que, arbitrariamente, por cualquier motivo, o muchas veces sin ninguno, los hacían detener por las fuerzas bajo su mando, y los encarcelaban, torturaban y hasta asesinaban, sin haber cometido delito alguno. Regímenes de terror.

Abuso distinto a la esclavitud, pero con los mismos métodos y con las mismas consecuencias para los afectados por el capricho de un dictador, o un falso demócrata, que usan a las fuerzas de seguridad, creadas con el propósito de proteger a la ciudadanía de los delincuentes, para aplastar a las manifestaciones pacíficas contra los abusos de sus opresores o para acallar las voces de rechazo a sus desmanes y tropelías.

Tales situaciones de violencia y opresión se remontan hasta tiempos bíblicos, como el de los judíos en Egipto, pero todavía están frescas las huellas de las atrocidades de Hitler o de Stalin, del triunvirato Videla, Massera y Agosti, de los paredones de Fidel y “El Ché”, la DINA de Pinochet y, para no irnos tan lejos, los presos de Juan Vicente Gómez en “La Rotunda” o el Castillo de Puerto Cabello, o los de Marcos Pérez Jiménez con su Seguridad Nacional. Por ejemplo.

Uno podría pensar que corrieron mejor suerte los que sobrevivieron a esos encarcelamientos en condiciones inhumanas, que los que murieron a causa de las torturas, los lanzamientos al mar desde helicópteros, los corrientazos o por la falta de alimentación, atención médica e higiene personal a los cuales no sobrevivían los encarcelados.

Pero, en todo caso, los afectados por los abusos y los delitos contra los Derechos Humanos van más allá de los muertos en prisión y de los sobrevivientes a ella: sus familiares también sufren las consecuencias de esos abusos y delitos.

Quienes han delinquido y fueron justamente encarcelados, se vieron afectados luego de cumplir su condena: se les dificultó incorporarse nuevamente a la sociedad, conseguir empleo, ser aceptados por los vecinos. Por el contrario, quienes, luego de ser injustamente encarcelados fueron liberados al ser expulsado el déspota del poder, fueron recibidos por sus semejantes como héroes; pero eso no fue linimento para sus traumas, ni borrador para los recuerdos de los terribles días, meses o años pasados en oscuros y malolientes cubículos carcelarios, mal alimentados y peor asistidos en sus enfermedades e infecciones. Esos déspotas ya no estaban para pagarles por el daño causado al liberado y a sus familiares. Ni para responder por los días pasados sin ver a sus hijos crecer, ni para compensarles el hambre y la miseria sufridas por la falta del aporte que el trabajo del preso hacía al grupo familiar.

Nadie podía aliviarles el reconcomio y la animadversión contra quienes, injustamente, les robaron parte de sus vidas. Y en vez de odios, lo que sintieron fue tristeza por su país, y la situación a donde fue llevado por esas dictaduras y por esos malos gobernantes.

Cuando les conviene, los dictadores “revisan” esos injustos encarcelamientos, y “graciosamente” liberan a las víctimas. Pero ¿quién les pagará por todos esos platos rotos?

Como escribí al principio, tal vez esté rebuznando con estas líneas. Espero el beneficio de que un alma caritativa me lo explique.

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Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente la posición de El Carabobeño sobre el tema en cuestión.

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¿Quién les pagará?

Peter Albers

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