Hay elecciones en Venezuela el próximo 25 de mayo. Se elegirán –es un decir- 285 diputados a la Asamblea Nacional, 24 gobernadores de estado (incluyendo uno para la Guayana Esequiba) y 260 representantes a las asambleas legislativas de los estados. En un evento que se suponía iba a ser boicoteado por toda la oposición, según la directiva que salió del liderazgo de María Corina Machado, han salido candidatos de una docena de movimientos y partidos políticos dispuestos a medirse con el polo patriótico chavista que, demás está decirlo, tiene asegurada la victoria en las 3 categorías en disputa pues sigue siendo el dueño del terreno, de los bates, los guantes, la pelota y los árbitros. Y a quien le asomen dudas que se remita al 28 de julio de 2024.
Según las encuestas más recientes, apenas el 15% de los electores piensa presentarse a depositar su voto, por lo que se debería anticipar poca afluencia de gente en las mesas y un total de sufragios que no debería exceder, en el mejor de los casos, de unos 3 millones, contra 21,5 millones registrados. Si se cumpliera la lógica y se respetaran las reglas, estaríamos viendo un descalabro importante para el régimen; una muestra evidente de que la gente no se olvida del fraude del año pasado y no está dispuesta a endosar una nueva maniobra chavista para buscar legitimación electoral, tanto en el país como afuera.
Pero la realidad tiene sus aristas. De repente, como de la nada, comenzaron a salir nombres, tradicionalmente opuestos al chavismo, con una total disposición a inscribirse de candidatos a la AN o a alguna gobernación o asamblea local. Personajes “opositores” haciéndole el juego al régimen y poblando unas boletas electorales que de otra manera estarían ocupadas solamente por el oficialismo y los alacranes, ambos grupos bien conocidos y fácilmente identificables por el soberano. Craso error que cometen los que se inscriben, si es por convicción, y mucho peor si lo hacen por intereses turbios, que para eso ya tenemos a los alacranes.
El primer gran error es el más obvio: los candidatos “normalizadores”, por darles un nombre, ayudan a pasar la página de las presidenciales y, de facto y aunque lo nieguen, legitiman al gobierno que surgió de aquel evento tramposo. Se están dejando naricear a un juego abiertamente trucado, como si los 20 puntos que le mocharon a Edmundo González en 2024 sobre la servilleta del presidente del CNE no hubieran tenido el efecto y el descaro que tuvieron. Como si se pudiera insistir en sentarse con un tipo que tiene las cartas marcadas y siempre hace trácala para esperar, ahora sí, un resultado distinto.
Otra pifia que cometen los candidatos opositores es que contribuyen a poblar el tarjetón y a dar la impresión de que hay bastante gente de este lado de la acera dispuesta a medirse, y un chance razonable de ganar el partido. Por unas razones que no se entienden y con argumentos bastante flojos, se oponen a la línea del verdadero liderazgo opositor –el que salió de las primarias- y confunden al público con su presencia en los tarjetones. La gente ve los apellidos y escucha las declaraciones y puede pensar que la estrategia cambió y que ahora hay que votar. Además, con tantos nombres y variedad le facilitan el camino a los que cuentan los votos para repetir lo que ya han hecho decenas de veces: inventarse 6 u 8 millones de sufragios y repartirlos a discreción, dejando algunos puesticos para la oposición y reservando el resto para el chavismo, que seguirá disfrutando de una mayoría cómoda en donde quiera que haga falta.
Hay quien dice que no participar equivale a resignarse y sumergirse en la inacción, a la espera a que alguien o algo resuelva. Pero resulta que la abstención no debe ser un hecho aislado, sino una de varias estrategias dirigidas a la defensa de los votos que se robaron en las últimas elecciones. Hay opciones de demanda que, aún con el riesgo que conlleven, tienen mejor futuro que la simple contemplación del CNE mientras fabrican sus numeritos.
Nota al pie: el mundo está patas arriba. Las grandes potencias militares del orbe están capturadas por el autoritarismo y la guerra económica y comercial que se ha desatado no tiene sentido ni parece dirigida a mejorar la condición de nadie. Parece como si las libertades, la democracia y la civilidad le estuvieran quedando grandes al homo sapiens.