El Ministerio Público venezolano acaba de solicitar una alerta roja a Interpol, en contra del ciudadano presidente electo Edmundo González Urrutia. Los delitos que se le imputan son repeticiones ya conocidas: difusión de información falsa, sabotaje, usurpación de funciones, desconocimiento a las instituciones del Estado, forjamiento de documentos y hasta legitimación de capitales, según se lee en la carta oficial que hace rato circula por las redes sociales. Son acusaciones que forman parte del repertorio del régimen; el mismo menú que se usa para mandar a la gente a Tocorón, para forzarla a asilarse en una embajada o, si está en el exterior, impedirle trabajar o viajar libremente. La represión llevada a su última instancia, como las torturas, el despojo de los derechos o el sippenhaft que se aplica a los familiares de los perseguidos.
Detrás de todo el esfuerzo –digno de mejor causa- que se emplea en reprimir y sacar de circulación a los opositores, hay un objetivo muy claro y muy evidente. Después de todo, se trata de mantener en el poder a una cúpula que tiene a más del 70% de la población en contra, que ha provocado el rechazo de casi todas las democracias del planeta, y que además se ha hecho acreedora a un expediente de violaciones a los derechos humanos que debe pesar toneladas. Con una situación tan inestable, es obvio que infundir miedo sea una estrategia mayor del chavismo, especialmente después de las elecciones del 28J. Por eso se han detenido 2000 personas, adolescentes incluidos, que están encerradas sin asistencia legal y sin garantías.
El miedo paraliza, desconsuela, desmotiva, produce desesperanza. Es la herramienta preferida de muchas, o de todas las dictaduras. El miedo paraliza, desconsuela, desmotiva, produce desesperanza. Es la herramienta preferida de muchas, o de todas las dictaduras.Y en Venezuela se está usando al extremo, porque siendo una minoría tienen que controlar a millones de personas que están inconformes con lo que pasó, que se sienten engañadas y que quieren que los que están en el gobierno se vayan. Para eso están los cañones y unos cuerpos armados entrenados que actúan a sus anchas y con una notable ausencia de respeto por las leyes.
Así se explica uno la arbitrariedad, lo aleatorio de los castigos, la perversidad manifiesta. La idea es que nadie se sienta seguro, que todos sepan, porque lo han visto, lo han oído o lo han leído, que un mensaje en un celular, una frase dicha en mal momento o un tropiezo con “la autoridad” puede costar muy caro. Y no hay defensa posible, porque la gente está en condiciones de secuestro. El miedo a un posible castigo por faltar a las normas de la dictadura –que cambian de acuerdo a quienes las administran, como en aquel juego bizarro que se llamaba béisbol chino- se suma a la incertidumbre de no saber si uno está o no en falta, o qué es una falta, o qué hay que hacer para evitar un percance con la policía o los cuerpos de seguridad. Y habrá mucha gente que piense –por razones totalmente válidas- que la solución sea apartarse, desactivarse, hablar poco y de la casa al trabajo y viceversa, y ya verá la providencia cómo salimos de ésta.
Dijo el escritor cubano Eliseo Alberto, en su libro Informe contra mí mismo, “El silencio ha sido, al menos para mí, la manifestación más pura del miedo”, y por ahí van las cosas. Los dictadores necesitan un pueblo asustado, silencioso, que no protesta, que no participa y que los deja hacer y mandar. Y al que no le guste que se vaya. Pero a los dictadores no se les puede ceder la palabra, porque se sienten seguros y se eternizan. Con la situación actual, es normal y humano sentir miedo por vivir en Venezuela, pero el temor no puede convertirse en una forma de vida. Hay que resguardarse, porque la cacería está declarada y no hay reglas de juego, pero hay que seguir diciendo las verdades, solo que con más prudencia y mucho foco. Hay que seguir insistiendo, por los canales que se presenten y ante el auditorio que quiera escucharlo, en que se respeten los resultados del 28J. Las condiciones de hoy son muy difíciles y no hay certezas de ningún tipo, pero la voluntad de más de 7 millones de paisanos sigue ahí.