Belkis carga en un bolso la ropa de su hijo preso y la esperanza de verlo en libertad

Esta crónica relata el camino de la madre de un preso poselectoral, sus circunstancias y el sufrimiento de ver en la cárcel a un joven que solo ejercía el derecho a protestar

Belkys
Foto: Crónica Uno

Belkis carga en cada visita a la cárcel de Yare con una mochila negra en la que lleva un jean, una franela, ropa interior y un par de zapatos. Son las prendas con las que vestirá a su hijo Enmanuel cuando salga de la prisión en la que tiene más de cuatro meses encerrado, desde que fue apresado por participar en una manifestación tras las elecciones del 28 de julio.

En el bolso Belkys no solo lleva la ropa de su hijo Enmanuel Jesús Padilla Rangel, de 24 años, allí guarda también el pañito con el que se seca las lágrimas cada vez que sale de la visita y tiene que deshacer sus pasos nuevamente en cuatro horas de recorrido que la llevan de nuevo a su casa, en Los Teques, con el bolso lleno de ropa y vacío de esperanza.

El peso se nota en sus pasos cansados, en su rostro hinchado y en la mirada que se le pierde en el asfalto infinito de la carretera que recorre para visitar al penúltimo de su hijo, acusado de terrorismo.

Enmanuel es uno de los más de 2000 detenidos en el contexto poselectoral, de acuerdo con cifras del propio gobierno de Nicolás Maduro. Desde que fue aprehendido el 30 de julio en las cercanías de la carretera Panamericana sus pasos se limitaron a una pequeña celda compartida en la prisión mirandina.

En cambio, los pasos de su madre, una comerciante a pequeña escala, trabajadora doméstica y ama de casa, se han multiplicado por 1000. Sumando todos los viajes al penal que, ahora, debe hacer para verlo, para corroborar que, dentro de todo, está bien y darle la fuerza y esperanza, esa misma que ella intenta sostener.

El preludio

21 días es el tiempo que lleva a un ser humano a adquirir una rutina o establecer un acto como costumbre. Aunque Belkis se esfuerza por no normalizar lo que vive, su organización mecánica de los preparativos para la visita carcelaria a su hijo dan cuenta de un doloroso patrón que sigue cada 15 días para verlo durante 10 minutos.

  • Galletas
  • Pan de queso
  • Agua
  • Caramelos
  • Chupetas
  • Pan de guayaba
  • Palmeritas

La lista se repite una y otra vez en su mente. Belkys no quiere olvidar nada de lo que debe comprar para llevarle a Enmanuel. Esta es la quinta ocasión en la que podrá verlo desde el 3 de septiembre cuando, luego de un mes detenido en una comisaría de Los Teques, fue trasladado a Yare.

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Belkys compra lo que necesita en una panadería cercana a su casa en un barrio de Los Teques y emprende el camino de regreso a su casa, una vivienda compartida en la que residen otros tres de sus seis hijos.

Ella sigue haciendo “lo de siempre”. La comida, el aseo, el mercado, la atención a sus hijos. Pero a todo esto le suma ahora la hora y un poco más que le toma empaquetar todo lo que le llevará a Enmanuel.

 

Todo en bolsas transparentes

Abre, una a una, bolsas transparentes, destapa también todos los productos con una tijera y comienza a vaciar su contenido en ellas.

“Hay que meterlo todo ahí porque si los guardias no ven lo que uno lleva, entonces pueden prohibir el ingreso del producto y mi muchacho va a pasar 15 días sin nada”, explica Belkis.

No hay nada que no sea traspasado a las bolsitas que dejan ver lo que hay dentro. Belkis se sienta frente a un pequeño escritorio decorado con fotos familiares a preparar los insumos de su hijo.

Mientras guarda todo con calma, casi acariciando cada galleta, cada ponqué, como si esa caricia pudiera pasarse a Enmanuel cuando abra las bolsitas. Llora un poco y piensa en las noches de su muchacho en esa cárcel, en los días que ha tenido que pasar por no estar de acuerdo con un resultado electoral, por expresarse.

 

Preso por estar en el lugar equivocado

Belkys sabe que su hijo no estaba cometiendo ningún delito, que solo estaba en “el lugar equivocado”. Repite como un mantra que no, que Enmanuel no es un vándalo o un delincuente y que no puede ser acusado de terrorismo alguien que ocupa sus días como peón de albañilería para ayudar a su familia con lo poco que gana, sin tiempo para planear nada que no sea resolver la comida del siguiente día.

Con indignación cuenta que la madrugada luego de su detención recibió la llamada de unas enfermeras que le contaron que lo atendieron en un hospital con un gran golpe en la cabeza que los funcionarios que lo detuvieron le dieron con un casco.

Belkys recuerda también que a su hijo lo amenazaron con darle 30 años de cárcel, que lo acusaron de quemar una moto y dicen que lo detuvieron en un sitio distinto al que él refiere como el lugar donde lo aprehendieron.

Entre arreglos de bolsitas y bolsas, de la comida de todos los que viven en casa y siguen su rutina, pese a la preocupación por Enmanuel, a Belkys le da más de la medianoche aturdida por los recuerdos y la preocupación. Tiene que despertarse a las 3:00 am para poder alistarse para salir a la cárcel.

 

La travesía

Acompañada de su hermana y su yerna, Belkys inicia a las 5:00 am su recorrido a la prisión de Yare desde Los Teques. Tras una caminata de 20 minutos bajo una llovizna mínina, las mujeres llegan a la parada y emprenden el rumbo a Caracas, desde donde pueden viajar a los Valles del Tuy.

Una bolsa grande transparente llena de productos hechos a base de harina procesada es lo que esta madre lleva para su hijo, son los únicos alimentos que sabe que le permitirían pasar. Además, carga con su morral negro porque está segura de que esta vez si puede volver a casa con su muchacho.

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El camino se hace más pesado porque Belkys lleva un botellón de cinco litros de agua filtrada, la única con la que su hijo contará los 15 días antes de que llegue otra visita. Además del desayuno para ellas y café para aguantar las horas de espera en el penal.

Belkys se peina en el autobús y se pone un poco de polvo en el rostro. Sus ojeras revelan el insomnio de días de mal dormir y la humedad en sus ojos muestra al mundo que pasa por algo, que las cosas no están bien.

Una hora y media tras salir de su casa, Belkys y las personas que la acompañan  llegan a Caracas, donde deben tomar otro bus para llegar a Santa Teresa, un pueblo cercano a Charallave.

Tres buses y una moto después y con aproximadamente 600 Bs (unos 36 dólares a tasa oficial) menos en el bolsillo, a las 9:00 am llegan a la entrada del penal, donde otras mujeres con camisa blanca y cholitas aguardan en fila que el guardia les de acceso.

 

La visita

Un pasillo enrejado es la antesala de ingreso a Yare III. “No haremos el futuro grande que estamos buscando si no conocemos el pasado grande que tuvimos”, es el mensaje escrito en un cartel que las recibe apenas miran hacia la reja de acceso vehicular a esta cárcel.

Como si se tratara de un ritual, apenas pisan aquel pasillo con unos bancos metálicos comienzan a quitarse los zarcillos, los collares, zapatos y medias. Se cambian la camisa, se amarran el cabello. También van al baño a verificar si están manchando, porque “con la regla no pueden pasar”. Una a una, todas hacen lo mismo al llegar.

Franela blanca de mangas, pantalón azul sin huecos o desgastes, unas cholas que dejen sus pies descubiertos y la bolsa transparente llena de productos con colores marrón, o el beige que deja la harina horneada. Así se paran todas en fila a esperar su turno.

Todas lloran, están muy estresadas. Lloran pensando si les dejarán pasar todo lo que llevan, si se tardará mucho el ingreso. Lo hacen por no saber qué les dirán sus hombres, lloran para acompañar a otras que están nerviosas o angustiadas. Lloran porque no tienen pasaje para volver a sus casas, lloran contándose entre ellas los dramas que han visigodo los hombres que quieren. Todas lloran.

Belkis

 

El turno de la novia

En esta ocasión entra la novia de Enmanuel y no Belkys. Entonces ella corre a la reja para recibirle las cosas que llevó para su hijo y no le dejen pasar. Esta vez fue el pan de guayaba y unas palmeritas, pero el resto de las cosas llegaron a su destino.

10 minutos de visita, una carta que su hijo le mandó y la voz de su nuera diciéndole que está bien, que lo vio bien esta vez, son las únicas cosas con las que Belkys puede volver a casa. A su hijo no se lo puede llevar tampoco esta vez, así que inicia el camino de regreso con su mochila llena de la ropa y las ganas de abrazar a su Enmanuel.

Belkis

 

El regreso

Belkys y su familia decidieron no decorar para Navidad. “¿Qué Navidad vamos a poner?”, se pregunta ella cada vez que piensa en eso y le brotan algunas lágrimas. Su hermana llora en silencio junto a ella y trata de consolarla, pero ni ella misma puede contenerse.

El regreso desde Yare es sofocante, ahoga. El calor comprime el pecho y el sudor hace sentir que el desvanecimiento es inminente. Belkys es toda cansancio y sudor, y se deshace en agua por dentro y por fuera. Una vez más se regresa sin Enmanuel.

Belkis

Mientras Belkys espera infinitamente por un bus que la traslade desde la inhóspita parada de buses de Yare hasta Caracas recuerda que el jefe de su hijo Enmanuel en una fábrica aún lo espera. Que su cuarto está intacto aguardando su regreso, que sus compañeros del barrio lo tienen presente siempre y que su novia no olvida los planes con él.

«Después de que caiga Maduro es que va a salir mi tío Papurro», dice con inocencia el sobrino pequeño de Enmanuel, que aunque todos digan que no entiende bien, parece comprenderlo todo.

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