MAR DE LETRAS

Una mirada al mundo de la literatura, con sus obras, autores y anécdotas, desde una perspectiva cercana y fresca

Barroquismo principiante

El desconocimiento y la falta de práctica —del que somos víctimas— produce, entonces, una visión distorsionada de la escritura, sobre todo en los géneros narrativos

barroquismo
Generado con IA

Uno de los mayores errores que cometemos los escritores novatos es el de prestarle demasiada atención a lo que el pensamiento colectivo denomina “redacción literaria”. No nos basta con engendrar una idea consistente, sino que esta tiene que estar expresada en un tono complejísimo y lleno de palabras poco usuales que demuestren nuestra supuesta erudición.

Esto ocurre con mayor frecuencia en aquellos que comenten la osadía —suavizando el término, porque muchos de nosotros adjudicaríamos alguno que otro más incisivo— de enfrentarse a una página en blanco sin antes haber leído prácticamente nada. En ocasiones, son los mismos que piensan que este oficio es algo místico, cuya maestría se consigue a través de fórmulas secretas que los convertirán en Borges en “cinco sencillos pasos”. Habría que recordarles que la inspiración divina es un don reservado para un puñado de personajes históricos, de los que sabemos tan poco que su misma existencia suele estar en tela de juicio.

El desconocimiento y la falta de práctica —del que somos víctimas— produce, entonces, una visión distorsionada de la escritura, sobre todo en los géneros narrativos. Palabras como “serendipia”, “inefable” y el temido “inconmensurable” brotan del subsuelo para instalarse en la prosa, no como un fruto del que se pueda sacar algún tipo de provecho, sino como maleza aparatosa que entorpece el verdadero mensaje.

En general, menos es más. A pesar de algunas críticas reiterativas, basta con aproximarse un poco a Hemingway para entender que el vocabulario que se utiliza en el día a día es suficiente para confeccionar un texto que valga la pena. El mismo Borges recurre a su —verídica— erudición a bordo de la complejidad de las ideas. En La biblioteca de Babel, uno de mis cuentos favoritos, por ejemplo, se puede leer: “Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto. No había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera: en algún hexágono. El universo estaba justificado, el universo bruscamente usurpó las dimensiones ilimitadas de la esperanza”.

No hay allí palabra alguna que no hayamos escuchado antes. La magia de la literatura está en experimentar con las casi infinitas combinaciones que nos ofrece el lenguaje para crear algo novedoso y, sobre todo, lleno de sentido.

Sin embargo, en este punto cabe una aclaración importante: jugar con la escritura no es solo un legítimo intento de hacer arte, sino una necesidad de las formas de expresión moderna. El barroquismo no puede ser condenado porque sí. Claro que existen autores que utilizan estructuras enrevesadas y palabras exóticas —algunos hasta se las inventan—; el problema es que este estilo se desarrolla con años de práctica y, especialmente, con un montón de lecturas.

Tal es el caso de Carpentier, por ejemplo, de quien me ha encantado lo poco que he leído. Su prosa dista mucho de la Hemingway, pero esta forma de ordenar las ideas, que en nosotros puede resultar casi ridícula, en él es admirable. Hay demasiado trabajo detrás.

En fin, incursionar el barroquismo muchas veces implica caminar al borde del precipicio. Al fondo del abismo aguarda la ignorancia o la impotencia, que son dos caras del mismo monstruo. Entonces lo mejor es aferrarse a la sencillez.

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