Por Marianna Poreza*
“No lo entiendo”, “no sé qué quiere”, “creo que esto lo hace para hacerme enojar”, “no sé cómo hacer que me escuche o entienda lo que digo”. Si como madre, padre o cuidador te sentiste identificado con alguna de estas frases, debes saber que los conflictos y peleas que se sienten irresolubles son parte de las situaciones esperadas en el proceso de crianza.
La relación entre un adolescente y su cuidador es de suma importancia. Es el primer vínculo significativo que va marcando una pauta sobre cómo se va a desenvolver con otros. Sin embargo, esta relación no siempre será la más óptima y aunque tengas la mejor intención de establecer una norma o realizar un llamado de atención, puede que no sea bien recibido en primera instancia o incluso no se comprenda la intención por la cual tomas algunas decisiones.
Cuando hay desacuerdos o surgen temas que resultan álgidos y generan discusiones constantes con tu hijo o hija adolescente, puede que alguna de las partes o ambas, diga comentarios hirientes o tenga conductas que resulten dolorosas u ofensivas que lleven a un quiebre de la confianza que sienten y que han construido.
Recomendaciones
Ante situaciones en las que se quiera conversar temas conflictivos o cuando se desee retomar una discusión en la cual no se pudo llegar a un acuerdo común y hay una sensación de distanciamiento, podemos seguir las siguientes recomendaciones, recordando que no es una fórmula exacta para solucionar un problema y que tampoco es necesario ir paso a paso en este orden. Cada vínculo es único, así como sus dinámicas, sus espacios seguros y sus formas de comunicarse:
- Antes de iniciar con el tema principal, es preferible ubicar un espacio tranquilo para conversar y comenzar hablando de cosas triviales y que sean del agrado de ambos, para generar un clima de confianza donde haya disposición a conversar. Es como ir calentando motores antes de arrancar el carro.
- Reconoce si ocurrió algo que te hirió durante la discusión o luego de ella, ya sean las palabras que empleó o empleé yo, el tono en el cual me lo dijo o incluso cosas no verbales como evitar mi mirada, golpear un objeto, entre otros. A pesar de que esto pueda parecer muy simple, en muchas ocasiones resulta difícil permitirnos sentir ese dolor porque se nos enseña que no es posible que un adulto se sienta de dicha manera o que, al expresarlo, está perdiendo autoridad. Es importante recordar que es algo natural como seres humanos.
- Transmite tu sentir respecto a lo que hizo o lo que hiciste de una manera clara. En muchas ocasiones, tanto los padres como los adolescentes pueden hacer comentarios de los cuales luego se arrepienten o sienten culpa. Cuando comunicamos cómo nos sentimos debemos enfocarnos en nuestra experiencia, explicando qué nos hizo sentir así. Por ejemplo: “cuando no respondiste la pregunta que te hice me sentí triste porque quería saber cómo te había ido en el día”.
- Pregúntale a tu hijo o hija cómo se sintió también y procura escucharlo/a atentamente. No interrumpas y deja que termine su idea, así como tú lo hiciste. En la práctica de un vínculo y de una comunicación saludable, los adolescentes pueden absorber posibles herramientas para la vida y una de las principales es aprender a resolver conflictos.
- Valida la información que estés comunicando y lo que está comunicando tu hijo, haciendo preguntas como “¿qué vas entendiendo de lo que te he dicho?” Dale tiempo para pensar su respuesta, de esta manera se aseguran de estar entendiéndose y tienen la oportunidad de aclarar cualquier mal entendido. Incluso, puedes hacer comentarios de lo que vas entendiendo que te dice, por ejemplo: “por lo que dices, entiendo que te hubiese gustado que yo te dijera las cosas de otra forma, ¿es así?”
- Es recomendable plantearse cómo podrían haberse comunicado mejor, haciendo énfasis en rescatar aquello que él o ella hizo bien y aprecias, por más mínimo que haya sido. Invítalo a participar en los acuerdos.
A partir de una situación
Ahora, partiendo de estas recomendaciones, hagamos un ejercicio conjunto con un caso hipotético. Leamos esta historia, que bien podría pasarle a un padre, una madre o a cualquier cuidador o cuidadora, como una abuela o abuelo:
Mientras mi hija hacía su tarea, me acerqué a ella y le pregunté por sus amigos. Sentía que me respondía indiferente, así que aproveché para decirle lo que pensaba de ellos. Le dije que no me parecían los mejores amigos porque eran una mala influencia, que parecía una boba escuchando lo que ellos le decían que hiciera y que les tenía que marcar sus límites, porque de lo contrario se aprovecharían de ella. Mi hija se quedó callada y la dejé para que terminara su tarea, pero otro día que le pregunté por lo mismo solo me respondió enojada que eso no me incumbía.
Ahora, reflexionemos juntos. Respondamos las preguntas que podrían ayudar a identificar el problema y dilucidar un camino para solucionarlo:
¿Cuál crees que era el objetivo del llamado de atención? Parece que era comentarle la preocupación que sentía respecto a la posibilidad de que fuese perjudicada por sus amistades o la hiriesen.
¿Cómo crees que lo entendió la adolescente? Probablemente fue sorprendida al iniciar la conversación mientras hacía su tarea y no tuvo la oportunidad de procesar mejor lo que escuchaba.
¿Consideras que el mensaje que el adulto quería transmitir fue comprendido? No lo sabremos a ciencia cierta, pero es posible que la adolescente se haya sentido ofendida por las palabras que usó su cuidador, que no solo la insultan a ella al decirle boba, sino también a sus amistades, sin darle la oportunidad de explicar por qué desea pertenecer a ese grupo. Tal vez reconozca muy poco el deseo del adulto de ayudarla y lo vea más como una figura intimidante a la cual no va a querer pedirle consejo.
Entendimiento
¿Cómo asegurar que se entienda lo que quise decir? Esta es una respuesta que depende del estilo de cada persona, pero recuerden las sugerencias previas y cómo las pudiesen incorporar. Hagamos el ejercicio con este caso. Primero, ubicar un espacio-tiempo para conversar en el que ni el adulto ni la adolescente estén ocupados. Iniciar hablando sobre algo agradable o que tengan en común y luego introducir el tema.
En el transcurso de la conversación, realizar preguntas que inviten a la adolescente a expresarse, sin juzgarla. Por ejemplo: ¿Qué te gusta de estar con esos amigos?, ¿en algún momento no te has sentido cómoda con ellos, te gustaría contarme? Recuerda que si bien no se tiene una óptima percepción de las amistades, son importantes para la adolescente y lo esencial es que sepa que su cuidador se preocupa por ella. Es relevante que el adulto explique cuáles son los aspectos que considera la pueden lastimar, asegurándose de emplear un lenguaje empático y preguntándole si puede ver o entender su preocupación.
Esta situación hipotética sirve como un ejemplo claro y sencillo, pero en la cotidianidad hay muchos matices en una situación conflictiva. Lo indispensable es preguntarse a qué querían llegar con la conversación, para luego validar con los adolescentes cómo se sienten al escucharlos y preguntarles qué entendieron, si sus respuestas coinciden y si lograron comunicarse afectivamente.
Si en algún momento emplean palabras hirientes o hay algún descontento, se pueden disculpar y procurar no repetir la agresión. Esto es una gran lección para las y los adolescentes: los vínculos se pueden reparar para construir juntos una mejor manera de relacionarse.
*Marianna Poreza es psicóloga, parte del equipo de especialistas del Servicio de Atención Psicológica de Cecodap “Crecer sin violencia”.
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