Cuando Juan Calderón* alcanzó la edad de 18 años no titubeó para unirse a las filas de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (Fanb). Apenas meses después de haber obtenido su título de bachiller en Ciencias, el joven partió del pueblo guariqueño donde nació hasta San Juan de los Morros, la capital de ese estado llanero.
Allí lo seleccionaron para forjarse como un soldado, un camino que, una década más tarde, lo convertiría en objetivo de la administración de Nicolás Maduro. Su disconformidad con las políticas del Ejecutivo lo llevó a estar tres meses en las sombras de una prisión y, finalmente, a esperar una cita para poder ingresar a Estados Unidos.
Desde el inicio de su carrera militar, Calderón se distinguió como un soldado atento y disciplinado, cumplía con sus obligaciones con una precisión casi ceremonial. Sin embargo, con el paso del tiempo, comenzó a percibir cómo la situación en los cuarteles se degradaba hasta sumergirse en una precariedad alarmante.
El salario que percibía cuando ingresó al Ejército, donde estuvo desde 2012 hasta 2022, le permitía sostener a su familia y asegurar su propio sustento, pero poco a poco se hizo insuficiente para cubrir siquiera los gastos más básicos.
“Sé que la vida militar siempre ha sido dura y ruda, pero nosotros no estábamos en guerra. En los cuarteles faltaban elementos esenciales para nuestra subsistencia y la calidad de nuestra alimentación decayó drásticamente. La crisis comenzó a filtrarse en nuestro ámbito, y era evidente que nosotros, como militares, éramos testigos de este deterioro”, relató en una entrevista telefónica para Efecto Cocuyo.
La crisis humanitaria en Venezuela comenzó a evidenciarse de manera alarmante alrededor de 2014, marcada por la escasez de alimentos y medicamentos, y un colapso económico que se profundizó con el pasar de los años.
Una crisis humanitaria de más de 10 años
Según la ONG Human Rights Watch, los años más dramáticos fueron entre 2017 y 2019, cuando la hiperinflación llegó a niveles sin precedentes, con una tasa anual que superó el millón por ciento en 2018, según Bloomberg. En Venezuela, el sistema de salud prácticamente se desmoronó, la nutrición de la población se vio gravemente afectada, y millones de venezolanos se vieron forzados a emigrar para escapar de la pobreza y el desabastecimiento generalizado, como lo documenta Amnistía Internacional.
Durante la peor etapa de la crisis en Venezuela, entre 2017 y 2020, los cuarteles militares enfrentaron un ambiente de inestabilidad y descontento. Según informes de la ONG Control Ciudadano, la designación de militares en altos cargos gubernamentales alcanzó niveles preocupantes y más cuando trascendieron acusaciones de corrupción y represión, lo que generó divisiones internas y deserciones en las filas.
La ONG Fundaredes documentó casos de desaparición de armamento y municiones, así como la participación de algunos militares en actividades ilegales, incluyendo la minería ilegal y el tráfico en zonas fronterizas. La crisis económica también afectó directamente a los uniformados, con salarios insuficientes y condiciones de vida precarias, lo que agudizó el malestar en los cuarteles.
La llegada de Trump
Para muchos migrantes latinoamericanos, el 20 de enero de 2025 simboliza un día sombrío. Ese día, medios de comunicación registraron desde la frontera norte de México la desolación y la desesperación de los cientos de migrantes que esperaban sus citas para el ingreso a Estados Unidos.
Las imágenes captaron a hombres y mujeres con lágrimas en sus rostros y abrazados en un intento de consuelo ante la frustración. Las esperanzas de cruzar legalmente a Estados Unidos se desvanecieron con la suspensión de la aplicación CBP One, lo que dejó a estos migrantes envueltos en una nube de incertidumbre y tristeza.
Frases como “Dios no puedo creerlo, mi vida comienza de nuevo”, se escucharon en la frontera mexicana, muchos de estos migrantes eran venezolanos.
Con la llegada de Donald Trump a la presidencia y sus políticas antiinmigrantes se desvaneció la esperanza de alcanzar suelo estadounidense a través de programas como el Parole Humanitario, que beneficiaba a ciudadanos de Cuba, Haití, Nicaragua y Venezuela. Asimismo, Trump eliminó CBP One, una herramienta crucial que permitía a los migrantes en México pedir citas para solicitar asilo en los puertos de entrada, lo que afectó a más de 270.000 personas, entre las cuales se encontraba el soldado venezolano.
Militar venezolano a la deriva
Juan está ahora a la deriva, obligado a idear nuevas formas de establecerse en México y buscar una vía para conseguir asilo político en Estados Unidos. No puede regresar a Venezuela; y no por un capricho, sino por una cuestión de seguridad personal.
«Es imposible para mi volver a Venezuela mientras el régimen esté en el poder. Fui militar, y si no estás alineado con el régimen, te conviertes en un blanco. Necesito la protección de algún país dispuesto a ayudarme», declaró el joven de 29 años.
Aunque el militar coincide con algunas políticas de Trump, como la deportación de criminales convictos de robo, hurto y homicidio, encuentra injusto el abandono que perjudica a aquellos que huyen de situaciones extremas como la de Venezuela.
«La eliminación tan drástica de ese programa no fue la mejor decisión. Cientos de personas ya tenían sus entradas programadas, y ayer (lunes 20 de enero de 2025) mismo, en los puertos de entrada, se les negó el paso. Para mí, esa era la única esperanza de ingresar legalmente; y al quitarlo, me quedé sin opciones. Podrías intentar cruzar la frontera y entregarte a las autoridades migratorias de Estados Unidos, pero te devolverían», contó.
Desde México agregó que «no mencionemos siquiera el peligro constante que eso implica: la supervivencia frente a la delincuencia y la corrupción en este país. Si te atrapa la migración, te envían a Tapachula; si te capturan los cárteles, te secuestran y exigen rescates exorbitantes».
Juan, tras haber pasado seis meses en México, narró su experiencia con la aplicación CBP One, la cual descargó apenas llegó al país, al manejarla desde su teléfono con la urgencia de ingresar a Estados Unidos. En su desesperación, conoció a al menos tres personas que se presentaban como agentes de la aplicación, que prometieron -por una suma de dinero- le acelerarían la obtención de una cita. Al creer en sus promesas, el migrante venezolano intentó este proceso en tres ocasiones, solo para descubrir que había caído en manos de estafadores. Este engaño, lamentablemente, es un eco de las numerosas denuncias hechas por otros inmigrantes en situaciones similares.
Una travesía llena de dolor
Cuando Juan decidió abandonar Venezuela lo hizo a pesar de arrastrar una deuda con la justicia militar, tras estar en la cárcel por cargos como desobediencia y abandono. Con una astucia nacida de la necesidad, logró un acuerdo que le permitió salir en libertad condicional bajo el compromiso de presentarse mensualmente en un tribunal militar en San Juan de los Morros.
Tras su liberación, no perdió tiempo en crear un plan de escape, consciente de que de permanecer en Venezuela estaría sometido a la arbitrariedad y podría ser enviado de vuelta a prisión.
Salir por la frontera oficial no se le hizo imposible; a pesar que estaba vigilada por efectivos castrenses leales a Maduro, Juan pudo salir sin que le pidieran su cédula de identidad en Puerto Santander, uno de los pasos fronterizos ubicados en el estado Táchira. Cuando cruzó a Colombia, se sintió aliviado, en ese país marcó el rumbo de lo que sería su odisea hacia los Estados Unidos de Norteamérica.
“Mi viaje comenzó por ocho países: Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala y México”, comentó e indicó que tuvo que atravesar el Tapón del Darién, donde sufrió una caída, de la que hoy aún no se ha recuperado.
El oscuro Tapachula
La travesía hacia Tapachula, en México, fue una prueba de resistencia y desesperación. Para cruzar la frontera desde Guatemala, debía rendir tributo a los cárteles mexicanos, una cuota de 400 dólares por persona, para poder ingresar a México. A Juan lo trasladaron en un vehículo hasta la plaza central de Tapachula, un lugar muy demandado por los migrantes que intentan desesperadamente llegar a Estados Unidos.
Allí, la promesa de una cita a través de CBP One mantenía a Juan y a otros en un limbo de espera. Pero la decisión de quedarse o avanzar era un dilema; seguir hacia otras regiones de México implicaba jugarse la vida contra la amenaza del secuestro y de las redadas frecuentes de la policía migratoria de ese país que podía encerrarlo días enteros.

El militar sabía que cada paso que daba en ese poblado, sin tener documentos que le permitieran estar de manera “legal” en México, cada transacción, desde el alquiler hasta una simple comida, era un robo a plena luz del día. Los migrantes pagan exorbitantes sumas de dinero solo por no poseer un documento que les permita estar en suelo mexicano.
En ese pueblo del estado de Chiapas, Juan descubrió que la vida de muchos migrantes estaba marcada por explotación laboral. «Hay mucha gente en la calle; es muy poco el trabajo, y además pagan muy poco», relató. La esperanza de muchos, incluido él, pendía de las remesas enviadas desde Estados Unidos, mientras esperaban citas que se desvanecieron con la eliminación de CBP One.
Sin embargo, la búsqueda de una salida lo llevó a otro destino. «Decidí ir hacia Ciudad de México con un permiso que me dio migración. Antes de llegar a la ciudad sufrí un secuestro; tuve que pagar una suma de dinero para poder salir ileso”, dijo. Ahora, atrapado en lo que Juan define como un laberinto, el exfuncionario castrense venezolano, junto a muchos otros, busca desesperadamente nuevas formas de continuar su viaje hacia el sueño americano o hacer vida en México, si Donald Trump no permite la llegada de más migrantes.
*Juan Calderón es un seudónimo utilizado para proteger el nombre de nuestra fuente por estrictas medidas de seguridad.