Waraos: una cultura que resiste en la ciudad 

El Estado venezolano convirtió a los indígenas waraos en un pueblo de migrantes forzados, como consecuencia de un continuum degradé de sus dinámicas de vida.
Fotos Correo del Caronì

Cada desplazamiento del pueblo indígena warao tiene algo en común: parte de quienes son se queda en los caños del Delta del Orinoco, donde dejan estelas de su bien más valioso: su cultura.

El inicio de la migración de los waraos se remonta a más de 50 años, con el cierre del caño Manamo, en 1965; la llegada de las empresas palmiteras y madereras de Winikina, entre 1979 y 1980; la epidemia del cólera, en 1991; y, más recientemente, el éxodo de más de siete mil indígenas a Brasil, a partir del año 2014. 

Sumado a estos hechos, Germán Pirela advierte que, a partir del año 60, se aplicaron políticas públicas que “lejos de fortalecer procesos culturales identitarios, más bien los debilitaron”. El antropólogo asegura que “llegado los 90, que es cuando entramos en este período político, vemos no solo unas políticas con fuertes impactos a nivel ambiental, sino unas políticas a nivel social, a nivel organizacional, que tienen una incidencia en la organización social de las comunidades que es muy grave y que la desmarca de lo que sucedió en el pasado”.

Foto Correo del Caronì

Pirela considera que, desde 2005 en adelante, se produjo un “desmembramiento social, cultural y político progresivo dentro de la población warao”.

Hoy, los waraos se despiden de sus caños buscando sobrevivir en tierra firme. Un gentilicio que se traduce como “gente de la canoa” o “gente de agua” vive ahora fuera de su lugar ancestral, en el estado venezolano Delta Amacuro, un espacio que comenzó a habitar hace al menos ocho mil años. En la actualidad, también se asientan en cuencas fluviales de Monagas y Sucre.

La llegada a zonas urbanas representa para el pueblo warao una desvinculación con su territorio y el desarraigo parcial de elementos identitarios, como su vestimenta, gastronomía, bailes, rituales, cantos y más.

Un idioma que prevalece en la ciudad

Melquiades Ávila, un warao de 60 años, originario de la comunidad Bonoina, pensó que siempre permanecería allí, hasta que un día perdió a su hija de cuatro años, que enfermó repentinamente y falleció en 24 horas.  

“Yo amo mucho a mi comunidad, a mi gente; pero también mis hijos tienen derecho de llegar a un hospital, por lo menos. Tienen derecho a tener un médico”.

Fue así como llegó a Tucupita, capital del Delta Amacuro. Ávila, quien es docente y periodista, sostiene que “nosotros, como pueblo indígena warao, nos identificamos por nuestro habla, nuestro idioma”. 

Asegura que “todavía, un 95 por ciento de la población indígena warao habla su idioma” y que “hay un sector reducido de la población que lo entiende, pero no lo habla”. No obstante, afirma que “aún tenemos una gran reserva de nuestro idioma”.

Contrario a lo anterior, Eduardo (*), un warao que habita en una comunidad de Puerto Ordaz, considera que “a partir de que nos asentamos en una zona urbana, muchas de las tradiciones ancestrales que nos identifican las hemos perdido”.

Además, declara que “hay algunas comunidades que están perdiendo esta cultura [de hablar el idioma]”, como es el caso de Cambalache. “Se han casado los indígenas con no indígenas y los no indígenas han tratado de que los warao no sigan transmitiendo esta cultura a través de sus hijos”. A su vez, surgen términos como “indio” para referirse despectivamente a los miembros del pueblo warao. 

El joven se define como un fiel defensor del warao, “para que no se pierda”. 

Eduardo coincide con Ávila en que la característica principal que los identifica es su idioma, pues “a pesar de que estamos en zonas urbanas, hemos mantenido esa tradición de transmitirlo de generación en generación”. 

El antropólogo Aimé Tillett destaca que “los waraos son todavía uno de los pueblos indígenas que más ha conservado un nivel importante de su habla; incluso, entre muchos hablantes monolingües, que solo hablan warao. Eso lo ves en las comunidades en el Bajo Delta”. Mientras existen otros pueblos que han perdido su idioma, “el caso warao no es, en ese sentido, el más grave”, enfatiza.

Es relevante la preservación de este idioma y su riqueza lingüística porque se trata de “una lengua aislada, sin parentesco filológico conocido”, según explica Antonio Vaquero, en su libro Los Warao y la cultura del Moriche.

En una visita a Cambalache en Puerto Ordaz, niños de la comunidad afirmaron no hablar warao

Abandono de su territorio y costumbres

Según la sociólogo Otaiza Cupare, miembro del equipo del Centro de Estudios Regionales de la Universidad Católica Andrés Bello, en Guayana, “no hablamos de pérdida total de la identidad, sino de desafíos que deben afrontar para conservar su identidad, sus costumbres”. 

Carla Pérez, abogada e investigadora en el Área de Derechos de los Pueblos y Comunidades Indígenas del citado centro, resalta que el indígena desarrolla su cosmovisión e identificación con su entorno. “Si tú trasladas a los indígenas, no van a tener ese referente [del territorio]”.

En el 2022, el capítulo Derechos de los Pueblos Indígenas del Informe Anual de Provea reveló que “el reconocimiento territorial, condición indispensable para la supervivencia física y cultural de los pueblos indígenas, continuó sin materializarse”.

De acuerdo con el antropólogo Pirela, los warao son capaces de vivir una dualidad, pues salir de sus territorios “no implica que dejen de ser”. 

Eduardo, el joven warao, explica que la amenaza de la desvinculación con las tradiciones ancestrales se debe a que “la cultura tiene un significado muy apegado a la espiritualidad”, cuya conexión es dada por el territorio donde realizan sus rituales y la persona que los hace debe ser alguien con autoridad espiritual dentro de la comunidad. 

Una tradición desplazada es el Najanamu, festividad en la que se realizan bailes y ofrendas a su ser superior: el Ka Nobo. “Estando dentro de la ciudad no lo practicamos”, reconoce Eduardo. “Cuando se realiza dentro de una zona urbana, puede que a Ka Nobo no le guste y tenga una reacción inesperada”, comenta. Enviar una enfermedad es una de ellas.

Ávila, el warao que ahora vive en Tucupita, agrega que “tiene que estar una persona apta (Wisidatu), que conozca la materia de solicitar el permiso religioso. Sin embargo, se ha violado ese principio”. 

“Vemos aquí, en Tucupita, en muchos actos culturales de la Gobernación, que los warao le cantan o hacen su baile, que uno ve inscrito fuera de orden”, agrega Ávila.

En cuanto a su gastronomía, Eduardo enfatiza que “a pesar de muchas dificultades, los waraos han tratado de identificarse con esta cultura milenaria”. Aunque su dieta fue a base de pescado, ocumo y moriche en los caños, es difícil conseguirlo en la ciudad; por eso, optan por una dieta “más común”, como “pollo, espagueti, arroz”.

Miembros de estas comunidades son propensos a padecer desnutrición debido a su dieta

Alfonso Campero Valenzuela, músico y cantautor warao, asegura que “nos resistimos a desaparecer”. Sostiene que llegar a la ciudad significó “transculturizarse”, porque bailes como Jabisanuka, festividades como Najanamu y los juegos autóctonos deportivos se han perdido, porque los jóvenes se “aferran al fútbol o al volleyball”. 

Para Campero, todo esto se debe a que desde el núcleo familiar hay “debilidad”, como consecuencia de que los padres no educan a sus hijos sobre la historia de este pueblo originario. 

“Como estamos aquí en la ciudad, la juventud se está aferrando más a lo que el jotarao (no indígena) es, y es como darle más fuerza cuando en mi casa yo no le hablo a mis hijos o mis nietos de lo que somos nosotros”, alerta.

En contraste con lo expuesto por estos representantes de sus comunidades y a propósito del Día Internacional de los Pueblos Indígenas, el 9 de agosto de 2024, en la página web del Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv) puede leerse: “Hoy el Gobierno Bolivariano, junto al presidente Nicolás Maduro, han desarrollado planes de formación comunitaria para los indígenas, así como también la educación intercultural bilingüe, saberes tradicionales, ancestrales y artesanales para consolidar su identidad y soberanía cultural”.

Lee el trabajo completo en Waraos: una cultura que resiste en la ciudad 

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