Entre las verdades que se hicieron visibles durante el juicio recién realizado en Francia en el que Gisele Pelicot denunció que más de 50 hombres la violaron sexualmente en complicidad con su marido, está el que cualquier hombre, de cualquier tipo físico o social, puede ser un violador sexual.
Los violadores de Giselle (y de cualquier mujer…u hombre)
La notoriedad del juicio al marido de Gisele y a los 50 y tantos violadores cómplices, permitió al mundo ver el rostro de alguno de esos hombres. Precisamente, uno de los propósitos de Gisele Pelicot al pedir un juicio mediático a sus violadores era obligarlos a dar la cara en público y someterlos al escarnio social, haciéndoles pasar vergüenza.
Lamentablemente, no se vio el rostro de todos los acusados. Quienes cubrían la noticia o las normas institucionales fueron indulgentes con ellos. El foco y la cara más mostrada durante el juicio fue la de Gisele, mientras ellos ocultaban sus rostros. Una lástima porque ver esos rostros era parte importante de ese juicio.
A pesar de la dificultad en verle los rostros a los 51 violadores presentes en el tribunal, el expediente de cada uno de ellos los identificaba con nombre, edad, oficio, dirección de habitación, estado civil, antecedentes penales, relación con el acusado y con la agraviada y otros datos personales que permitían identificarlos física y socialmente.
La variedad de perfiles de los violadores de Gisele y de cualquier mujer en otro lugar, evidencia algo que ya quienes han investigado sobre violaciones sexuales saben: el violador sexual puede ser cualquier hombre. No hay características físicas, ni sociales, ni edad, ni oficio o nivel educativo que permitan saber qué tipo de hombre puede violar a una mujer. No todo hombre es un violador pero todo violador es un hombre. Cualquiera.
Violador puede ser la pareja de la mujer violada, el padre de sus hijos, como también otros hombres de “bien”: el padre de otra familia, un maestro de escuela, un vendedor de frutas, el chofer de autobús, el vecino de al lado o el de más allá, un sacerdote, un policía, cualquier hombre. Inclusive, como vimos, cualquier hombre del entorno familiar.
En Venezuela, al principio de los años 60, se dio un caso de violación sexual, conocido como el caso Biaggi, que impactó al país y más allá de sus fronteras: Un sacerdote, muy querido y respetado por su comunidad, violó y asesinó a su hermana en la casa donde ambos vivían con su madre. El poder de la iglesia sólo permitió que el padre Biaggi solo cumpliera 3 años de prisión.
Basta de impunidad a los agresores de mujeres
El problema de las agresiones de hombres a mujeres en sociedades machistas (es decir, casi todas) es bien difícil de resolver. Hablo del mundo machista porque en cualquier parte, las instituciones sociales han sido conceptualizadas, creadas e históricamente, dirigidas por hombres, con visión masculina, por supuesto. Esto incluye las leyes. Como si fuera poco, quienes están llamados a proteger policial y judicialmente a las mujeres agredidas/violadas por hombres, son otros hombres, en su gran mayoría.
La vulnerabilidad social de las mujeres agredidas/violadas no solo se debe al imperio de lo masculino generalizado. Hay mujeres policías, magistradas, juezas y abogadas masculinizadas en su forma de pensar y de actuar profesionalmente. Y masculinizadas en la forma más anacrónica de ser masculino, como lo están la inmensa mayoría de los hombres. Menos mal que cada vez hay más excepciones, en algunos lugares, como lo vimos recientemente en el juicio Pelicot en Francia.
Ante la agresión machista de cualquier magnitud a mujeres hay una diferencia en la reacción social debido al género: mientras se desata una ola de solidaridad femenina con la agraviada, los hombres, salvo honrosas excepciones, poco se manifiestan sobre el caso públicamente.
Pareciera que ante una agresión/violacion sexual a mujeres, gran cantidad de hombres pensaran: eso no es conmigo y como yo no he violado a nadie, ni pienso hacerlo, ni tampoco ha pasado en mi familia, ese no es problema mío. Un pensamiento de hombre heterosexual, por supuesto. Los homosexuales, los hombres y mujeres trans pueden tener una visión diferente ante la violencia sexual porque ellos y ellas pudieran haber sido agredidos, inclusive violados, al menos amenazados, por su condición sexual.
Todavía, en las violaciones sexuales se tiende a minimizar la responsabilidad del hombre aunque él sea el criminal. La sociedad tiende a reforzar la culpa femenina o de miembros de las minorías sexuales y a ser comprensiva con la violencia masculina.
La importancia del sí, solo si
Las sociedades progresistas se encaminan a cambiar la forma de abordar la violencia machista. El juicio Pelicot en Francia lo ha mostrado al mundo. Allí vimos, entre otras importantes cosas, que la violación sexual puede darse en cualquier momento y ejecutada por cualquier hombre, que la gran diferencia entre una relación sexual y una violacion está en el consentimiento de la mujer. El sí es solo sí. Ya no vale la creencia machista de que “dijo no, se resistió, pero ella quería”.
También en el sistema policial y judicial, de algunos lugares, se están dando cambios a favor de las mujeres. Al marido de Gisele, monsieur Pelicot, le aplicaron la pena máxima en el código francés y ninguno de sus 50 y tantos cómplices salió ileso en ese juicio.
Vamos por más a pesar de la oleada de oscurantismo que sacude al mundo.
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Del mismo autor: Las lecciones de Gisele y algo más sobre violación sexual contra las mujeres