Blas Ramón Chacare era un cazador feroz del Águila Harpía, una de las especies amenazadas según el Libro Rojo de la Fauna Venezolana. Ahora es — quizás — el defensor más importante de la especie en la región; una tarea de educación e inclusión a la que ha dedicado 26 años y que hoy da sus frutos en el pueblo de El Palmar
Samuel Bastardo
Blas Ramón Chacare prometió matar un Águila Harpía a sus 17 años. Corría mediados de la década de los 80, en El Palmar, al sur del estado Bolívar, en plena Amazonía venezolana, cuando un Águila Harpía le perforó la mano izquierda con sus garras.
Blas iba en la misma corriente de otros amigos cazadores en la comunidad. En aquella época, se hablaba de un “Gavilucho” para referirse al depredador tope — cuya envergadura alar puede alcanzar hasta 2 metros —, una de las principales especies indicadores de salud del ecosistema amazónico y de bosques tropicales.
Para los pobladores se trataba de una especie dañina, capaz de llevarse niños, vacas y caballos. El desconocimiento y el mito alrededor de este animal hizo que trabajadores de campo hicieran del águila un objetivo de caza.
Un día, un grupo de amigos del campo, le avisaron a Blas que habían visto un águila con una presa en una de sus patas: una oportunidad única. “Yo fui de una sola carrera a buscar la escopeta. Vine, se la di al muchacho que era más hombre. Le soltó un disparo y cayó al suelo. Yo fui a buscarla y cuando llegué allá, la agarré. Estaba viva, pero como aturdida por el golpe”, recuerda.
La intención de Blas y sus compañeros era entregar el ave a un gallo de pelea para que la matara. Así que mientras el águila seguía aturdida por el golpe, la amarraron por las patas con un bejuco.
“El animal pasó el golpe, y cuando vio que iba pasando frente a ella, se me vino encima. Como en dos saltos me llegó y no me dio tiempo de darle con el palo. No me dio tiempo. De una se metió y me tiró al cuello con las patas y me agarró la mano”, cuenta.
Sus compañeros se le fueron encima y le asestaron un golpe en la cabeza que mató al animal, pero no salvó a la mano de Blas: las garras terminaron incrustadas en la palma y solo fue posible removerlas con una cirugía en la que cada garra tuvo que ser removida de los tendones.
Las cicatrices de aquel encuentro aún son visibles. Ese día, aquella promesa se convirtió en una obsesión por una década aunque nunca logró su cometido. 40 años después, Blas es el defensor más importante del ave depredadora más grande de América Latina en peligro de extinción, y quien ha documentado más de 120 nidos de Harpía en la región amazónica con el Programa de Conservación del Águila Harpía en Venezuela.
Cómo ocurrió esa transformación aún lo recuerda con detalle.
Don Blas y sus raíces poblador de El Palmar
Blas conoció a Alexander Blanco, médico veterinario y director del Programa de Conservación del águila Harpía, una iniciativa no gubernamental, a finales de los años 90. Para entonces, Blanco trabajaba ubicando nidos y marcando las aves; Blas buscaba las aves para matarlas.
Un día, Blas reconoció un nido y le comentó a un amigo, David Ascanio, quien trabajaba como guía turístico. David sabía que Blanco estaba en la zona en busca de marcaje, así que los presentó con la idea de que trabajaran juntos. Blas prometió no matar a la Harpía de su nido, siempre y cuando los conservadores la fueran a buscar.
El nido que Blas había encontrado estaba a unos minutos de El Palmar, en una zona llamada La Villa. Juntos — y luego de una inducción de Alexander — fueron a buscarlo y marcarlo. Más allá de su recelo y miedo, Blas fue guiado por Alexander en aquel trabajo con el águila. Se trataba de un pichón que estaba en su nido.
“Ahí fue cuando tuve mi primer contacto con un águila en las manos. El pichón ya iba a cumplir los cuatro meses de edad. Estaba pequeñito. Estuvimos con él, lo tuve en las manos, me lo acostaba en las piernas, se quedaba a dormir como que eso era un un alma de Dios, pues eso era mansito. Ahí fue cuando analicé y dije: de verdad, este es un animal indefenso».
A aquel pichón de La Villa le llamaron Solitario. 26 años después, tanto Alexander como Blas, confirman que Solitario tiene dos hijas marcadas.
La experiencia con Alexander ayudó a Blas a cambiar su perspectiva y reconocer su error. “Es como que tú llegues a donde haya cualquier perro, o una perra que está parida, y trates de agarrar un cachorro”: eso fue lo que entendió el entonces cazador y ahora proteccionista.
Después de ese primer trabajo de campo entre Alexander y Blas, ambos siguieron sus caminos con el programa de conservación. En las zonas cercanas a El Palmar y Sierra Imataca, Blas asegura que no hay ave que no haya pasado por sus manos para marcarla.
La marcación es clave para estudiar su supervivencia después de dejar el nido. Los datos recolectados ayudan a proteger su hábitat y crear planes de acción en zonas críticas como el estado Bolívar y el Alto Orinoco
Para finales de la primera década de los 2000, el programa tenía 23 nidos de Harpía registrados. Desde que Blas se sumó al proyecto, cuentan con más de 120 nidos registrados en la región amazónica del Estado Bolívar. Según el mismo programa de conservación, se logran ubicar en promedio entre dos y tres nidos del águila al año.
El hogar del Águila Harpía
El médico veterinario y director del Programa de Conservación del águila Harpía, Alexander Blanco, rememora que desde antes del inicio del programa de conservación, la principal amenaza de la especie era la caza por miedo, desconocimiento y deporte, especialmente en El Palmar, donde creció Blas.
Ahora las principales amenazas son la caza, la ganadería, la minería y la falta de educación ambiental en la Amazonía venezolana, de la que forma parte El Palmar. La región, que se extiende desde la Guayana Esequiba hasta el Delta del Orinoco, es el hogar de una de las densidades poblacionales más grandes del Águila Harpía en Venezuela.
La expansión pecuaria en la zona, subraya Blanco, es la principal causante de la pérdida de la especie. “A lo largo de los años el ave se ha visto afectada en sus nidos por la deforestación en los espacios de ganadería. Se pierde su hábitat, y la principal consecuencia ante ello es el aumento del calor.”
De las 1.425 aves registradas en Venezuela, 891 han sido localizadas en Guayana, el 62.5% de ellas forman parte del escudo guayanés. En datos de SOS Orinoco, en su informe de 2023 sobre la crisis de biodiversidad por causa de la minería ilegal, la Guayana venezolana es una de las más afectadas.
El trabajo de campo sostenido y amplio a lo largo de los años ha hecho que tanto Blas y Alexander sean reconocidos como líderes en el territorio, incluso entre los propios mineros que han llegado a zonas vírgenes para minar la tierra y deforestar.
“Ellos saben porque se lo hemos hecho entender. Saben que es mejor cuidar el águila o el bosque donde ella está. Si tiene un nido, tratar de que ese nido no sea tumbado, que no le pase nada para que el águila se mantenga así sea una parte pequeña. Y así hemos venido lidiando con esa parte”, explica Blas.
Sin temor, han entrado a todos los espacios. Nunca han tenido problema con ningún minero, precisan. Cuando lo han tenido, les ha tocado trabajar con la Fuerza Armada Nacional. “A más de uno le molesta que lo vayamos a denunciar”, dice. Pero esa no es la norma.
La situación con los ganadores y dueños de los fundos ha sido completamente distinta para el programa de conservación. Alexander y Blas concuerdan en que han visto interés en los ganaderos y propietarios en involucrarse en la campaña educativa sobre el Águila Harpía. A diferencia de la minería, existe un acuerdo tácito con los ganaderos de El Palmar en proteger los nidos de las aves.
“La gente ha conocido y ha visto nuestro trabajo porque hemos invitado a más de uno a trabajar con nosotros. A marcar el águila, a bajarlo, a pesar y todo. Se dan cuenta que el trabajo que hemos hecho es muy bonito. Ha participado mucha gente y ahora se respeta lo que hacemos”, puntualiza Don Blas.
Educando para el futuro
La Harpía representa uno de los animales silvestres más importantes por su implicación directa en los sistemas de producción de las comunidades. Alexander Blanco infiere que al aumentar la deforestación y eliminación de los territorios de las aves, las comunidades y pobladores están expuestos a problemas de agua, sequía y calor local.
La Unión Europea de Geociencia, en su investigación publicada en la revista HESS (Hidrología y Ciencias del Sistema Terrestre), sobre La Respuesta Global y Regional de la Sequía a la Deforestación Idealizada en 2025, concluye que el aumento de la deforestación en regiones tropicales puede provocar una disminución de la precipitación total anual. En consecuencia, existe un aumento considerable de la sequía y calor local por la pérdida de bosques húmedos.
“La presencia del ave en el bosque hace que las comunidades sepan cuales son los animales que hay para cazar. Además, la interacción de la especie con el agua implica el cumplimiento de una regeneración natural. A su vez, mantener a la Harpía en su hábitat hace que crezcan el número de plantas medicinales”, apunta Blanco.
El ave ha tenido la capacidad de adaptarse al ecosistema. Parte de la educación y concientización al sector ganadero tiene que ver con que la presencia de la Harpía en sus hatos cumple la función de indicador de salud del ecosistema.
El médico veterinario agrega: “Tener al ave en sus bosques les puede indicar si existe un equilibrio en la cadena trófica —transferencia de nutrientes de una especie a otra mediante la alimentación—, cuales son los animales que abundan y también mantienen a otras poblaciones sanas”.
Para Alexander y Blas era importante visitar escuelas rurales para hablar sobre la Harpía y enseñar a la comunidad sobre la importancia de preservarla, en especial ante el incremento de la minería en la Reserva Forestal.
Debido a la expansión pecuaria y minera en zonas cercanas a los nidos, los pobladores de El Palmar comenzaron a conseguir al ave por las comunidades y buscaban matarla. “Sacamos la conclusión de que lo mejor era ir a dar una charla a las escuelas, a los niños e invitar a los padres. Para que vieran el trabajo que estamos haciendo. A los niños para que aprendieran. Hoy son niños, pero mañana son unos adultos”, dijo Blas.
Las charlas comenzaron por el caserío de Río Grande, luego pasaron por Santa Fe, Curauma, Imataca, San José y Juan de Dios, hasta completar todas las comunidades que están alrededor de El Palmar.
Blas cree que ha sido un éxito la campaña de educación sobre la preservación del ave, pero cuestiona la integración de la alcaldía del municipio Padre Pedro Chien. En ningún momento el Ministerio del Poder Popular para la Educación (MPPE) ha dado respuesta a la autorización de poder dar charlas sobre el Águila Harpía en las escuelas. Sin embargo, con el apoyo de algunos maestros, han conseguido organizar algunos foros.
Un punto de encuentro para la comunidad
Los esfuerzos de Don Blas han ido más allá de la protección del ave en la región.
Los ciclos de charlas en los pueblos han sido un puente para que se cree una red de comunicación entre los pobladores y el programa de conservación. En 2015, por ejemplo, se elevó una petición a la alcaldía para que la Harpía se convirtiera en el símbolo del municipio. Y lo consiguieron. Hoy el Águila es parte del símbolo del pueblo.
“Tenemos que tratar de involucrar a todos los niños que podamos y seguir con el área educativa. Para que la gente y los niños aprendan de esto, porque son los que van a quedar y si tú no le enseñas lo que es un animal o le aclares los puntos como son, van a cometer el error”, afirma Blas.
Esa misma red de comunicación que menciona Blas funcionó para rescatar a 25 águilas Harpías. Uno de los casos más emblemáticos para el mismo programa de conservación fue un águila pichón encontrada en la selva intrincada del Delta del Orinoco. Un grupo de cazadores, que taló La Ceiba en donde se encontraba su nido, planeaba traficarla a Trinidad. Pero la alerta de la comunidad frustró el tráfico y el ave fue dejada en manos de un viejo Warao que la cuidó durante un tiempo.
Alexander y Blas se encargaron de la recuperación de esta ave a la que llamaron Orinokia. Como uno de los 25 casos de recuperación de un águila, Blas la tuvo en cautiverio un tiempo en su conuco en El Palmar para enseñarle a cazar. Al ser un pichón inexperto, Blas le daba perezas pequeñas y cachicamos vivos. Luego, el programa emprendió el proceso de liberación de Orinokia en una zona cercana a la Reserva Forestal que los pobladores llaman Santa Fe.
Un legado familiar y comunitario
La historia de Blas adquiere mayor importancia y valor cuando habla de un legado familiar y comunitario. Para él ha sido complicado conversar sobre su nueva perspectiva con su esposa y amigos cazadores. “¿Cuántos venados yo no maté? ¿Cuántas lapas? Estaba eliminando especies”, se cuestiona.
El cambio en su forma de pensar tiene su peso en el apoyo familiar. A pesar de que su esposa no estuvo de acuerdo en las primeras de cambio, involucrar a su hermano, hijos y nieto en los trabajos de campo fue un punto de inflexión a la vista de sus más allegados de la comunidad en El Palmar.
“La mujer mía lo entendió y así fuimos involucrando al Negro, hijo de la mujer mía, la yerna, mi nieto. Ellos fueron con la gente que venían con nosotros. En la noche le echamos cuentos de lo que vimos y ellos veían la alegría. Uno llegaba emocionado, pues. Los llevamos al marcaje de un pichón y vieron que estaba motivado. Entonces, ahora son parte del equipo que hemos formado.”
Para Alexander Blanco, Blas es el primer defensor y conservacionista del Águila Harpía en la región. El médico veterinario pasó a ser uno más de ese legado familiar y comunitario de El Palmar.
El Programa de Conservación del Águila Harpía en Venezuela ha prestado el apoyo de los mejores profesionales y audiovisualistas del mundo que llegan a la región amazónica a conocer al ave.
En su lugar, Blas reflexiona en que durante una buena parte de su vida “estuvo dormido”. En aquella experiencia con Solitario, en aquel nido en La Villa en compañía de Alexander, comenzó el inicio de una larga trayectoria en la conservación de especies importantes en la Guayana Amazónica.
“Estoy tranquilo en mi casa. Voy, veo a mi águila y me regreso para la casa. Ya no es deporte. Tengo otro deporte … ¿Cómo se dice? Muy diferente. Que ahora es la conservación”.
Del mismo modo, Blas desarrolló una mentalidad colectiva. Más allá de contar con el respeto, apoyo y reconocimiento de los pobladores, entiende que “se necesitan más personas que se integren a la conservación”. Gran parte del mensaje y trabajo va en la línea del sentido de pertenencia, como comunidad, que hay que tener con el Águila Harpía en la región.
“Hay otras personas que se van a motivar para esto y se van a sentir dueños de lo que tenemos. Dueño de ese animal que tenemos que protegerlo porque sí. Ya no va a ser un solo Blas y un solo Alexander Blanco que estamos protegiendo: Va a ser una comunidad”.
Esta historia ha sido producida con el apoyo de la Red de Periodistas de la Amazonía Venezolana, un espacio para la formación, trabajo en red e investigación periodística.