Siempre que tengo la oportunidad, me sumerjo en las historias de mis ancestros, aunque generalmente, tiendo a irme hacia la rama paterna, obviando a los parientes de mi mamá, los Feo. Mi abuela materna decía que los Feo, la familia de su esposo, ostentaban nobleza porque descendían de los Cabrera y los Malpica, linajes que se distinguían por no tener «manchas», refiriéndose a la ausencia de escándalos o deslices en su historial. En contraste, la familia de mi padre, a pesar de tener “manchones”, dejó huella, gracias a su intelecto, cultura y educación. Algo que mi abuela siempre destacaba era la tendencia de los Feo a «meterle al loco», mientras que mi padre, con ternura y convicción, afirmaba que a los genios los llamaban locos.

Cuando nos mudamos a Valencia noté la singularidad de nuestros Feo, porque de los ocho hermanos de mi abuelo, el único que se casó fue él, por lo tanto, mi madre no tenía primos. Y de los tíos Feo, dos murieron tuberculosos, Eduardo y María Consuelo; Pedro Antonio el primero, murió bebé; María Margarita murió joven, no sé de qué; Elena, Carolina y Pedro Antonio, el segundo, vivieron hasta la vejez, aunque todos compartieron momentos de excentricidad. Ah, y no puedo olvidar a monseñor Miguel Ángel Feo, una figura que siempre me llamó la atención y que, según nuestro apreciado Arzobispo, Monseñor Reinaldo Del Prette, tuvo un hecho peculiar cuando era subdiácono en el Colegio Arzobispal, posterior Seminario; episodio por lo que lo llamaron loco.

Se le confió la tarea de cuidar a los seminaristas más jóvenes durante toda una tarde. Su misión incluía entretenerlos, supervisarlos y organizar las comidas con el cocinero. Sin embargo, algo salió mal, y cuando llegaron los sacerdotes, Miguel Ángel no estaba. Los dejó solos toda la tarde y lo hallaron en una casa vecina, donde incluso se sentó a comer sin conocer a los dueños. Esto llevó a que los directivos del seminario lo recluyeran en «el cuarto del loco», convencidos de que había perdido la razón.

Mi padre le agregó algo a esta historia que también conocían en mi casa. Un joven seminarista era el encargado de llevarle las tres comidas y durante este encierro, el 13 de enero de 1927, fallece el primer obispo de Valencia, Monseñor Francisco Antonio Granadillo, a quien Miguel Ángel le tenía mucho cariño y admiración. Monseñor Granadillo lo había ordenado subdiácono, hacía apenas cuatro meses. El responsable del seminario le pidió al muchacho, único contacto de Feo, que no le mencionara la muerte del obispo. ¿Para qué hacerlo sufrir si estaba loquito? Si no se enteraba, mejor para él.

Ahora tenían el gran dilema en Valencia, ¿quién será el nuevo obispo? Había muchos candidatos, todos nombres de sacerdotes carabobeños.

A los pocos días, el seminarista se percata de que Feo conoce la noticia de la muerte del obispo y, de inmediato, le informó al director. Este expresó que probablemente, lo habría escuchado en una conversación desde su ventana, porque era el tema del momento. Pero otro día, a comienzos de febrero, mi tío Miguel Ángel Feo, le dijo al muchacho que le traía la comida, que quien iba a ser designado segundo obispo de Valencia, era un joven sacerdote de Carora llamado Salvador Montes de Oca.

Ahora sí que Feo se terminó de volver loco ‒afirmó entre risas, el seminarista al padre director del seminario. 

Seis meses pasó Valencia sin obispo, hasta que, en julio, el Congreso Nacional eligió para el cargo de Obispo de Valencia, a Monseñor Salvador Montes de Oca, con la aprobación de la Santa Sede. En verdad, como dijo Feo, era un joven cura caroreño. Pero ¿cómo se había enterado el subdiácono Miguel Ángel Feo de tal acontecimiento, con cuatro meses de anticipación? El mismo director fue a interrogarlo y Miguel Ángel con toda su inocencia señaló con su dedo hacia el techo y dijo: “me lo dijeron de allá arriba”. Ahí mismo lo liberaron de su cándida prisión.

En diciembre de ese mismo año, mi tío Miguel Ángel Feo Carbrera, fue ordenado sacerdote por el excelentísimo Monseñor Salvador Montes de Oca, segundo Obispo de Valencia, en la capilla del Seminario Interdiocesano Santa Rosa de Lima de Caracas.

Otra cosa que nos impresionó mucho fue la muerte de Monseñor Feo. Él la anunció durante todo el día.

Mi mamá lo había llevado, con mi hermano Miguel Ángel y una monjita del asilo de ancianos donde residía, a ver a su médico y, mi tío, a cada rato mencionaba que le compraran una colita, que era la última que se tomaría, porque se iba a morir ese día. Todos pensaban que era cosas de viejito consentido. El médico lo autorizó a tomarse la colita y le aseveró que estaba sano y entre risas le ratificó que no se moriría ese día.

Esa noche nos llamaron del asilo. Acababa de fallecer. La misma monjita que los acompañó al médico, narró, bañada en lágrimas, cómo primero le pidió que lo vistiera con su sotana porque quería recibir al Señor vestido de sacerdote. Ella lo complació. Y entones nos contó:

Yo estaba sentada en esta silla, a su lado, esperando que se durmiera. De pronto, se sentó en la cama con cara de alegría y, mirando al frente preguntó: “¿ya?”, entonces, sin voltear la mirada, con los brazos extendidos hacia el frente, y la mejor de sus sonrisas, me dijo: “hermana, arrodíllese, Él, nuestro Señor Jesucristo, está aquí” y falleció.

El padre Feo tuvo una misa a cuerpo presente, preciosa, presidida por Monseñor Lucio Esaá allá en el ancianato, quien también lloró muchísimo. Luego fue llevado a la Catedral de Valencia y la feligresía se despidió de este curita bello, medio loco, que siempre tuvo una conexión especial con El Señor.

Anamaría Correa anamariacorrea@gmail.com




Estimado lector: El Diario El Carabobeño es defensor de los valores democráticos y de la comunicación libre y plural, por lo que los invitamos a emitir sus comentarios con respeto. No está permitida la publicación de mensajes violentos, ofensivos, difamatorios o que infrinjan lo estipulado en el artículo 27 de la Ley de Responsabilidad en Radio, TV y Medios Electrónicos. Nos reservamos el derecho a eliminar los mensajes que incumplan esta normativa y serán suprimidos del portal los contenidos que violen la Constitución y las leyes.