La educación es la geografía social sobre la cual el ser humano asienta su vida para así, recorrer sus parajes. Sin embargo, tan valiosa significación pareciera desvanecerse entre los avatares propios de la dinámica social de la cual se valen las banalidades para justificar su existencia.

Aún así, no hay realidad que, asociada con la frivolidad que secunda su movilidad, que no se haya valido de la educación para alardear de la calidad de vida que, desde sus posibilidades, ofrece.

Entonces, ¿qué no decir de la educación para seguir sustentándola en el tiempo y sostener y resguardándola en los espacios que sus mismos constructos ideológicos y operativos, críticos y analíticos no hayan podido deparar y apuntalar en beneficio de la existencia humana?

Pues sencillamente, todo lo que en el fragor de la factibilidad pueda validarse en su beneficio conceptual e instrumental, justo y oportuno. O como bien puntualizó el educador brasileño Paulo Freire, a objeto de justificar: “no existe educación sin sociedad humana, y no existe hombre fuera de ella”. Por eso su lucha era por una educación que enseñe a pensar y no por una educación que enseñe a obedecer.

Implicaciones de la enseñanza

Tanta verdad encierra la aludida frase de Freire, que sería imposible asentir que no ha habido ser humano que no haya ensayado en la educación algún momento de enseñanza dirigido a quien ha declarado cierto interés por aprender lo más significativo, emergente, sugestivo, pertinente o resaltante de algún arte o técnica y que luego le brindara el placer de demostrar lo aprendido. Además, apegado al orgullo de ostentar tan preciso aprendizaje.

De manera que, si así opera el desarrollo social del ser humano ante la incidencia de la educación, ¿cómo no reconocer lo satisfacción que provee actuar como mediador del proceso educativo? Más, cuando se reconoce que la vida humana requiere de la educación en favor de alentar y confortar la posibilidad de resolver problemas del mundo real. Asimismo, en aras de sembrar valores morales como fundamentos de una ciudadanía íntegra. Incluso, de brindar oportunidades laborales y motivaciones de crecimiento personal.

Cualquier discurso político que exalte la importancia de inducir calidad de vida en la sociedad a la cual dirige su intención de honrarla y enaltecer sus capacidades, alude a la educación como principio y valor. En el ideario que suscribe el pensamiento ideológico de cuantos precursores, libertadores, paladines y bienhechores es posible recordar que nunca ha faltado la materia educacional. Así que validar la educación en su alcance y fuerza para revolucionar las realidades en todas sus expresiones, siempre aparece en toda arenga sociopolítica.

¿Cómo la educación penetra la vida?

Los estados-naciones que configuran la geopolítica del planeta, como organizaciones de suprema alzada social, política y económica, han declarado su atención a los eventos que sintetizan los procesos de desarrollo. Para ello, afianzan las trascendentales responsabilidades que detenta la educación. Por eso, es promovida desde la niñez hasta la adultez. 

Y aunque las distintas historias políticas nacionales, dan cuenta de contrariedades y contradicciones que generalmente ocurren alrededor de compromisos contraídos mediante palabras vacías de argumentos firmes, o abultadas de la demagogia de conceptos turbios por causa de la confusión que los envuelve, esas mismas historias reconocen el papel que juega el magisterio en la persona de los educadores. 

El educador democrático

Y es que son los educadores, quienes buscan arraigar la educación amalgamando los tiempos a las exigencias del desarrollo. Del desarrollo alineado con oportunidades prestas a abonar tierras consagradas al cultivo de la intelectualidad e instrumentación de los factores vinculados a la dinámica que cobija las realidades nacionales, regionales y locales de toda sociedad. Realidades que enfocan su mirada en el amanecer del día siguiente. 

Es así como la educación comienza a concebirse como fuerza pertinente del cambio. Es así como se fragua la idealización de la educación para arraigarse en la conciencia del colectivo social y cultural. Fue lo que hizo del magisterio, la razón capital en cuya esencia procuran consolidarse necesidades que, con el tiempo, se convierten en el ideario que ha hecho de la educación la causa política que azuza la formación del cauce que funge de palanca al desarrollo económico y social, científico y tecnológico, artístico y cultural. 

La sumatoria de tan distintos e importantes procesos, en medio de tantas realidades como la imaginación permite contar, ha sido una de las razones que han animado la lucha por la defensa de los valores que incitan al desarrollo de las naciones. 

Capacidades afianzan la enseñanza

El insigne educador, Dr. Luís Beltrán Prieto Figueroa, en su libro “El concepto de líder. El maestro como líder” (1954) si bien respondió a tiempos en que el maestro laboraba bajo el influjo de circunstancias comunitarias, dominadas por la ruralidad, no soslayó la injerencia del maestro actuando como elemento de la lucha social desafiando las inconveniencias que tienden a desvirtuar los procesos enseñanza-aprendizaje comprometidos con el desarrollo de las realidades.

Realidades que se suscitan en medio de las alteraciones sociopolíticas que no dejan de salpicar la educación. Alineado por tales inquietudes, el Dr. Prieto escribió que: 

«El maestro, en mi concepto, es un dirigente nato de las comunidades, tanto por su posición dentro de estas, como por la capacidad que debe suponérsele. Pues para el ejercicio de su profesión, está implícita la función de orientación y dirección de gente y de grupos. Más, porque educar es una manera de influir sobre la gente«

Aceptada tan cierta consideración, no hay lugar a dudas de que el maestro, en su misión de orientador, comunicador y dirigente de individuos, ejerce un real liderazgo. En consecuencia, el maestro Prieto aseguraba que por el hecho de que “el maestro tenga un alto concepto de la verdad, no hay duda de reconocerlo por cuanto actúa como dirigente de comunidades en las que se forma gente para una actividad futura”. Razón propia para inferir que la verdad actúa como la guía fundamental que orienta la labor educativa.

Sin embargo, tan particular condición que determina la labor del educador, no debe considerarse, tampoco admitirse, como fetiche laboral. O simplemente, como presunción para imponer arbitrariedades que contradigan el portentoso compromiso que pauta la educación en su papel como poder capaz de endosarle progreso, crecimiento y desarrollo a toda realidad. A cuanta circunstancia suscriba sus capacidades y potencialidades a la educación. Razón concebida para construir ciudadanía consciente de las iniciativas que pauta el desarrollo económico y social. 

Lo que enorgullece al enseñar 

Otro emérito educador venezolano, maestro y doctor en Derecho, José Miguel Monagas, refería que “(…) un cambio en la educación tendrá que ser para asegurar un porvenir mejor, un porvenir de bienestar y felicidad para el pueblo”. Con ello, al lado de manifestar que “la educación como la cultura, requiere de un amplio clima de libertad (…)” insistía en no puede progresar aferrada a limitaciones y restricciones (…)” Menos, si son impuestas u ordenadas con la fuerza o la violencia de una coerción mal entendida y desmedida.  

Impulsado por las contingencias que ha vivido el magisterio en los predios de sistemas políticos despóticos, decía que el maestro era el “último ciudadano después del último”. Ello, un tanto para destacar el carácter dialéctico, sencillo, colaborador, servicial, honesto, digno y ponderado, del educador-ciudadano, a diferencia del individuo presuntuoso y arrogante, típico de quien detenta algún poder político.

Con tal afirmación, el doctor Monagas no negaba de la facultad espiritual y emocional que distingue a quien se sirve de la tiza, el marcador y el borrador, ante un pizarrón, para expresarse en virtud de la verdad, la igualdad y la libertad que ocupan su razón, sentimientos y esperanzas. 

En conclusión 

No hay orgullo que pueda compararse con el que puede contener quien disfruta el placer de sentirse “un trozo del alma de un pueblo” a decir del maestro Monagas. Y que, en el fragor de tan eximio sentimiento, poseer claridad plena de las exigencias que le demandan el hecho de ser representante de la cultura que, en cada clase, debe impartir. Más, dado el compromiso que vive, por cuanto, en verdad, no hay forma alguna de zafarse del placer y orgullo que inspira enseñar

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

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Profesor Titular ULA, Dr. Ciencias del Desarrollo, MSc Ciencias Políticas, MSc Planificación del Desarrollo, Especialista Gerencia Pública, Especialista Gestión de Gobierno, Periodista Ciudadano (UCAB),...