Con universidades cada vez menos pobladas, profesores en permanente reclamo de mejoras salariales y un futuro profesional poco prometedor, los estudiantes universitarios en Venezuela se encuentran en medio de un fuerte debate personal: continuar en el país, luchando, o migrar. Quienes deciden quedarse en el país saben a lo que se enfrentan; sin embargo, mantienen la esperanza de que el futuro será mejor.

La realidad de los estudiantes universitarios en Venezuela en 2025 refleja un panorama complejo, marcado por una crisis económica, social y política que ha impactado profundamente el sistema educativo superior. Basado en información disponible hasta esta fecha, los estudiantes enfrentan múltiples desafíos que afectan tanto su formación académica como su calidad de vida.

Uno de los problemas más evidentes es la deserción estudiantil. Muchas universidades, especialmente las públicas, han visto una reducción significativa en su matrícula debido a factores como la necesidad de trabajar para sobrevivir, la migración masiva de jóvenes y la falta de recursos para costear estudios, transporte o materiales.

«Hay una realidad crítica, por lo menos en nuestra UCV; porque ya el mayor porcentaje de profesores que quedan son mayores de 55 años de edad, es decir, ya jubilados que se reincorporaron o están por jubilarse», dijo sobre esto Miguelángel Suárez, estudiante de la Escuela de Ciencia Políticas de la UCV y presidente de la FCU de esta casa de estudios.

Aunque no hay cifras oficiales actualizadas para 2025, tendencias previas indican que esta situación no ha mejorado sustancialmente. Los estudiantes que persisten a menudo deben compaginar sus estudios con empleos informales, lo que reduce el tiempo y la energía dedicados a su formación.

Según el Observatorio de Universidades (OBU) la democracia y el bienestar son preocupaciones presentes en la juventud venezolana. El 29% de los jóvenes universitarios, piensa que, en los próximos 5 años, Venezuela pudiese ser un país con bienestar y democracia, afirman.

«Una minoría (13%) está convencido de que, en los próximos 5 años, el bienestar llegará sin necesidad de que esté sujeto a las condiciones políticas democráticas. Posiblemente, este grupo, a pesar de la crisis, ha accedido a satisfactores de sus necesidades que creen positivas», agregan en un reciente estudio.

Alma mater en decadencia

Las condiciones de las universidades, especialmente las públicas, también son críticas. Las infraestructuras están deterioradas, con problemas como cortes eléctricos, falta de agua, y aulas y laboratorios en mal estado. Los servicios estudiantiles, como comedores y transporte universitario, son prácticamente inexistentes o funcionan de manera precaria. Las becas otorgadas por el Estado, cuando existen, tienen un valor insignificante frente a la inflación, lo que las hace insuficientes para cubrir necesidades básicas.

Otro aspecto es la calidad educativa. La diáspora de profesores, motivada por salarios extremadamente bajos, ha dejado a muchas facultades con personal insuficiente o poco calificado. Esto, sumado a la falta de recursos para investigación y actualización de planes de estudio, compromete la preparación de los estudiantes. Además, la pandemia dejó secuelas en la implementación de clases virtuales, ya que muchos carecen de acceso confiable a internet o equipos adecuados.

A nivel emocional, los estudiantes enfrentan altos niveles de estrés, ansiedad y desmotivación. La incertidumbre sobre el futuro laboral en un país con una economía colapsada lleva a muchos a cuestionar el valor de su esfuerzo académico. Sin embargo, hay quienes resisten, impulsados por su vocación o la esperanza de emigrar y validar sus títulos en el exterior.

Naim Bander, dirigente estudiantil y alumno del 6.º semestre de Educación en el Institito Pedagógico de Caracas (IPC) afirma que lo mantiene al pie del cañón, en el aula, el creer que puede aportar algo a las generaciones que vendrán.

«Si nos acabamos los maestros o futuros docentes, ¿qué será de Venezuela? Venezuela es mi principal motivación; lo que me impulsa es mi deseo de cambio, de servir a la sociedad; por eso no desisto ni abandono la universidad. Que lo que estudio pareciera no tener futuro, sí; pero pese a las condiciones que podremos enfrentar como docentes graduados, aún hay esperanza», indicó.

Privados también sufren

En contraste, las universidades privadas ofrecen una alternativa para quienes pueden pagarlas, pero los costos son inalcanzables para la mayoría en un contexto de salarios mínimos irrisorios y dolarización informal. Esto profundiza las desigualdades, dejando la educación superior pública como la única opción viable para muchos, a pesar de sus limitaciones.

Hay quienes deben abandonar sus estudios por trabajar únicamente y también hay quienes comienzan una carrera en alguna universidad privada y deben cambiar a otra alternativa, porque no pueden costear las matrículas o mensualidades.

En resumen, los estudiantes universitarios en Venezuela enfrentan una realidad de precariedad, sacrificio y resiliencia. Aunque algunos logran avanzar contra todo pronóstico, el sistema educativo superior está lejos de ser un motor de desarrollo personal y nacional, como lo fue en décadas pasadas. La situación podría haber evolucionado en 2025, pero sin cambios estructurales significativos, es probable que estas dificultades persistan.

«El mayor sacrificio lo hace mi mamá, a la hora de pagar la mensualidad de la universidad, pero uno de los sacrificios para mí puede ser seguir estudiando bajo una crisis, el estrés y la incertidumbre afectan en unas ocasiones más que otras, por ejemplo, mi concentración y motivación al 100% en mis estudios, el ‘que va a pasar’, ‘y si no logro terminar’, ‘y si puedo ejercer’; comprar materiales para mi carrera es un sacrificio gracias al elevado costo, y a la cantidad de materiales que debo comprar, y son sacrificios que se hacen y que hago porque aun así sigo queriendo graduarme en mi país y en algo que me gusta, porque yo no voy a dejar de seguir mis sueños y de ser quien soy por los causantes de una crisis. En un futuro me gustaría estar en otro país, pero por voluntad propia y no por deber, ya que en otros países se manifiesta un poco más eventos que son parte de mi carrera», expresó Andrea Rivas, estudiante de Diseño de Modas en el Instituto Universitario Las Mercedes, carrera a la que se cambió sin haber podido terminar Psicología en la Universidad Católica Andrés Bello (Ucab), pues ya no podía costearla con el presupuesto familiar .

Baja la tasa de los que se van

De acuerdo a Gabriel Wald, profesor e investigador del Observatorio de Empleabilidad y Procesos Formativos de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), el número de jóvenes venezolanos con deseos de emigrar está en descenso.

Un estudio publicado en junio sobre las expectativas laborales de los estudiantes venezolanos en universidades privadas arrojó que a un 23% de ellos les gustaría abandonar Venezuela pero, de ese porcentaje, sólo 7% tiene planes concretos para emigrar.

“Ese 7% es menor a porcentajes mayores que llegamos a tener en una época. Estas cifras indican un descenso en la intención por parte de los jóvenes de irse de Venezuela”, afirma.

Según el OBU, 6 de cada 10 instituciones públicas carecen de laboratorios y bibliotecas especializadas, o estas instalaciones son insuficientes para las necesidades de investigación. La falta de acceso a computadoras también está obstaculizando el trabajo de los docentes, con un 88% de ellos sin estos equipos.

Arianni Pérez, alumna de la escuela de Castellano y Literatura del Pedagócico de Caracas, piensa que más allá de pensar en lo que está pasando en el país su esperanza está en lo que ella pueda aportar y lo que podrá enseñar a las próximas generaciones.

«Me enfoco en el futuro. Soy cristiana y sé que Dios nos ayudará. Vendrán nuevas generaciones y somos nosotros los encargados de educarlas. Mis raíces son más fuertes y mi fe en que todo cambiará», dijo.