Casi todo en la vida resulta ser un dilema o tiende a convertirse en un dilema, más si las circunstancias así lo inducen. Es el problema que ocurre-particularmente- al reconocer que el ser humano se ve siempre obligado a elegir entre dos o más derroteros. Cada decisión tomada, es producto de una deliberación o escogencia entre alternativas, opciones o preferencias. He ahí el dilema.
En la praxis política
En política sucede lo mismo. En cuanto al contexto que encierra la situación, las posibilidades que configuran la disyuntiva (política), adquieren el sentido suficiente para considerarse variables propias de la selección en cuestión.
En el plano operativo, los espacios a allanar se tornan de difícil acceso. Fundamentalmente, por cuanto cada espacio busca exhibir lo mejor de sí en términos de sus potencialidades o ventajas políticas. Ahí, precisamente, surgen confusiones prestas a entorpecer los procesos de elaboración y toma de decisiones. Tanto así, que las realidades propenden a tornarse conflictivas por causa de las diferencias que participan o toman parte del juego político. Acá, la incertidumbre constituye el principal aliado de toda variable que participe en los susodichos procesos políticos.
Esto, tal como arriba se explica, caracteriza cualquier disyuntiva dominada por intereses o necesidades propias de la política. Por supuesto, cuando dicha disyuntiva se ve asediada por dificultades de algún tenor, además supeditada a algún proceso eleccionario, sea comicio, votación, referéndum, sufragio o plebiscito, el dilema se hace mayúsculo. Es decir, su capacidad para envolver la situación en sus conflictivas redes.
Explicación en detalle
Hay casos de elecciones que terminan convirtiéndose en un conflictivo y continuado debate, dando cuenta de un aberrante antagonismo entre los actores participantes. Más, cuando la elección en cuestión se hace ver como parte de la agenda diaria que sistematiza (o desacomoda) eventos político-partidistas.
En consecuencia, este tipo de situación se transforma en un escenario de crudos desencuentros cuyos temas de choque rayan en esquemas dirigidos a desnudar realidades políticas rebosadas de ademanes y rituales que ningún aporte llegan a brindar al desarrollo político.
En el caso de elecciones así registradas, sólo buscan confrontar posturas reñidas desde todos los ángulos políticos, éticos y morales posibles. Sus realidades escasamente reflejan opiniones que lejos de pautar el orden y respeto necesario, bajo la figura del pluralismo político, incentivan crudos enfrentamientos que acentúan visos de una manchada cultura política.
Particularmente, al evidenciar mezquindades, egoísmos, resentimientos, revanchas y represalias. Asimismo, dichos actos se vuelven escenarios preparados para perjudicar inculpando de cuantos epítetos pueden proferirse acusando al adversario de indolente, inmoral o indigno, entre otros adjetivos de alguna impugnada condición ciudadana.
El problema de muchos procesos político-eleccionarios, es que poco saben lucir el carácter ético y cultural, que dignifica al ejercicio político. No obstante, cabe señalar que dichos eventos -infortunadamente- se han convertido en el denigrante foso en el que la democracia podría hundirse definitivamente.
Para concluir
Podría finalizar esta disertación recordando el ámbito de inmoralidad que caracteriza al ejercicio de la política cuando se halla sin el acompañamiento de la cultura política mínima que debe envolver esta clase de acontecimientos. Problema este que sucede, indistintamente de la ideología política que se respire.
Lo que acontece a la sombra de situaciones conflictivas, por la razón que fuese, las circunstancias dominantes llevan a ver que cualquier intención de ajustar o arreglar discrepancias entre contrarios, por equilibrada que sea, resalta el problema que hace ver que la política es todo un dilema.
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Del mismo autor: Lidiar con la incertidumbre