El problema que afronta la educación no es nuevo, mucho menos fortuito. Sociólogos, planificadores, historiadores y educadores han expuesto las razones para que se acuse a la escuela, en todos sus niveles, de los problemas que padece. Problemas que, al interiorizarse, tienden a instituirse convirtiéndose en la norma que pauta el discurrir pedagógico y académico.
Es así como la escuela comenzó a tergiversar su misión. A trastornar su razón de ser. En consecuencia, se desvirtuó del desempeño que corresponde a su condición de actuar como centro de conciencia y motivación cuyas acciones atienden la instrucción y formación intelectual como ejes educativos.
Alrededor de los mismos, giran procesos de enseñanza-aprendizaje dirigidos a aportar al estudiante las razones y propósitos que la pedagogía brinda a los efectos de hacer de cada alumno, portador del conocimiento cívico y moral, científico y técnico, artístico y humanístico. Y es lo que hace al individuo, un ciudadano capaz de afrontar las exigencias propias de las realidades a las que suscribe su vida.
Razones del problema
Si bien la escuela, en tanto ámbito regulado por procesos de educación pautados a instancia de intereses y necesidades de realidades particulares a las que se hallan suscritas, por obligación, incitación o afectación, las praxis escolar y académica correspondientes, se han visto interpretadas y orientadas según la orientación ideológica que sigue la organización política del Estado.
En el fragor de tan variadas consideraciones, la escuela ha sido objeto de cuantas críticas son capaces de avivar conflictos de toda especie, tendencias y formas. Conflictos estos que lejos de unificar criterios de lucha o reivindicación, han fracturado los escasos esfuerzos realizados en aras de consolidar la escuela como ancla de construcción de ciudadanía.
Orientación sesgada
Esto indujo a que la orientación de la escuela, dependiera de la orientación política del Estado. Por lo tanto, dicho criterio asumido como política pública, implosionó las estructuras de la pedagogía, didáctica y demás ciencias de la educación. Su orientación obedece al arreglo de la sociedad en la que ancla sus fundamentos.
Esta mentira ha sido disfrazada de “verdad” con el sólo propósito de alegar que la “educación es un fenómeno colectivo regido por las normas fijadas por el grupo social”, aunque este argumento proviene de haber estado la educación encomendada a la familia.
Sin embargo, tan superada realidad advierte dos categorías educacionales que siguen solapadas entre tantas suposiciones aceptadas entre las confusiones que hoy buscan instituirse como razones coyunturales. A saber: la educación espontánea (conducida por la imponencia de las circunstancias) y la educación dirigida (proporcionada por el Estado) En el fragor de estas condiciones, la concepción de la educación ha continuado debatiendo los principios que sustentan sus funciones. Sin llegar a conclusiones definitivas.
Es así como en medio de la alternancia que procuran las facciones políticas como razón para justificar condiciones que permita el acceso y su incursión al poder, se descorren aspiraciones que buscan intervenir en la organización de la educación. Aún cuando tal razón pudiera tener la cualidad de derecho propio del Estado, es uno de los fundamentos que destaca la teoría de la democracia.
Injerencias del poder
La anterior aprehensión, sirvió de excusa convincente para que “el Estado no abandonara al capricho de las actividades particulares, la formación de la conciencia de los ciudadanos” (Tesis del Dr. Luís Beltrán Prieto Figueroa expuesta en 1943, para argumentar la figura de Estado Docente. Tomada de “El Estado y la Educación en América Latina”. Monte Ávila Editores, p 31; Caracas 1980).
La misma, aparte de lucir políticamente refinada y hasta “irreprochable”, a los fines de garantizar el prestigio político que aspira alcanzar todo Estado que se precie de ser democrático, fue la trampa ideológica asumida por gobiernos que enfilaran su gestión pública por la ruta teórica del pluralismo y la responsabilidad compartida.
Teorías “complacientes”
Ha habido teorías de Estados que, entre sus principios, defienden la inadmisibilidad de “renunciar a la utilización de los poderes espirituales para sus fines políticos, sociales y administrativos».
Este tipo de razones, mejor vistas como “coartadas” para asentir lo que intereses políticos determinan, presumen respeto hacia el libre desarrollo de las ideas que exaltan la multiplicidad de corrientes políticas.
Con la narrativa que refiere la dinámica estatal como un sistema de pensamiento y de intereses y necesidades de cerrada emulación y seguimiento, ha transcurrido un tiempo importante entre el momento que pauta las respectivas decisiones de Estado según la cual se adapta la educación a la forma de gobierno y el momento en que el magisterio comienza a concienciar sobre la aplicación de principios organizadores que busquen favorecer la vinculación de los saberes a fin de darles el sentido que exigen las nuevas realidades.
Nuevas tesis
O como bien explica el filósofo y educador francés, Edgar Morin, cuando interpreta este último momento como “(…) la necesidad de reconocer la unidad humana a través de las diversidades individuales y culturales, las diversidades individuales y culturales a través de la unidad humana” (En: La cabeza bien puesta: bases para una reforma educativa. Aut. cit. Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 2002, p.27)
Esta situación o momento al cual se busca llegar, es posible conseguirlo con el auxilio de la autonomía, los derechos y libertades que la democracia equitativa puede instrumentar. Pero sólo, sí acaso logra que las diferencias entre factores políticos que buscan el poder no pongan en peligro la unidad de la cooperación social a lo interno de la sociedad y con ello, la función social de la escuela. Y es el problema que ha sucedido razón por lo cual la escuela ha venido complicándose en su actuación y organización.
¿Un desfalco en la educación?
Ya bien lo decía el eximio educador Ángel Rosenblat: “La escuela no enseña a leer, no crea el hábito y el gusto por la lectura. Y así, falta a la primera y fundamental de sus misiones” (Aut. cit. La educación en Venezuela. Monte Ávila Editores, p.34; Caracas, 1981) Aunque la opinión de Rosenblat, no es reciente, el problema no sólo sigue vigente, sino que al mismo se han sumado problemas que corresponden a la enseñanza de asignaturas relacionadas con las ciencias exactas (Matemática, Física, Química). Asimismo, toca Biología, Geografía y otros componentes del currículum que aluden a asignaturas del área social.
Si la educación no es capaz de lograr la formación de jóvenes aptos para dar su aporte al desarrollo nacional, podrá decirse que la educación ha fracasado. Y fue eso lo que adujo el recién nombrado ministro de Educación, Dr, Antonio Luís Cárdenas Colmenter, en 1994: “la educación es un fraude”.
Y sin duda, el fraude de la educación afecta cualquier desempeño que pretenda emprenderse en beneficio del desarrollo de cualquier nación que se precie del trazado de objetivos que comprendan el crecimiento y progreso de la nación. O sea, alcanzar un estado de bienestar que logre arropar la sociedad en su amplitud social, económica y política.
En conclusión
La escuela dejó de desarrollar la capacidad de comprensión, de observación y de expresión de su alumnado. Aunque cabe citar problemas de formación del magisterio que son ineludibles como patentes necesidades de la educación. Tanto como la exigencia de un sueldo representativo de la excelsa misión que la compromete ante el desarrollo integral.
Los problemas señalados, permiten revelar importantes elementos de crisis. No sólo, son las contingencias que embrollan paradigmas de políticas y planificación de reordenamiento social cultural, de productividad y eficiencia de los esfuerzos de gestión pública, o de los esquemas de organización y coordinación del desarrollo que consternan las actuales realidades.
Son las crisis inducidas por la anomia que trastorna las metas de la sociedad toda vez que, a consecuencia de la necesaria estructura social de proveer jóvenes preparados y con plena conciencia de las primarias exigencias sociales, económicas y políticas, coadyuvan a engrosar las discrepancias entre objetivos y medios. Son crisis favorecidas en sus secuelas por la denominada crisis de “mala escuela”.
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Del mismo autor: ¿Política y organización?