Cuando el 29 de julio de 2024 varias camionetas del Servicio Bolivariano de Inteligencia llegaron a esa urbanización del estado Apure, un vecino corrió a avisarle al protagonista de esta historia, un activista político que, sabían todos en la comunidad, corría peligro. Desde entonces permanece en la clandestinidad

Por: La Hora de Venezuela

Cerca de la medianoche del 29 de julio de 2024, Jesús compartía en la intimidad de su hogar con su familia. De pronto, un vecino lo alertó sobre la presencia de tres camionetas del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin) fuera de la urbanización.

En simultáneo, otro residente, bajo la falaz excusa de que el portón estaba averiado, y debía liberarlo manualmente, concedió más tiempo a Jesús de activar su protocolo de seguridad. En esa comunidad del estado Apure, en los llanos venezolanos, todos sabían que él, un activista político, corría riesgo, especialmente en el clima de incertidumbre y persecusión poselectoral.

Las camionetas de imponente tamaño, con sus faros proyectando incisivos haces de luz, se abrieron paso hacia la urbanización.

Vestido con un pantalón casual, una camisa y zapatos cómodos, Jesús se apresuró a saltar la pared posterior del complejo residencial, para llegar a una arteria vial adyacente. Allí ya lo esperaba un compañero en una moto, a quien llamó apenas le avisaron que el Sebin andaba merodeando por ahí. Se subió en el vehículo. Y entonces comenzó su huida.

Jesús, de 40 años, es oriundo del estado Apure. Allí fue dirigente estudiantil y militante de la juventud del Movimiento V República (MVR), el partido que llevó a Hugo Chávez a la presidencia. Después, fue dirigente fundacional del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), la tolda que agrupó a muchas plataformas políticas de las que apoyaban a Chávez. Más tarde se convirtió en directivo de esa organización política en Apure y, entre 2010 y 2016, fue diputado a la Asamblea Nacional.

Fue en algún momento de ese periodo que comenzó a sentirse incómodo: las ideas en las que creía —la transformación social, el respeto a los derechos humanos, la democracia participativa y protagónica como el camino a una mejor sociedad— se estaban desvaneciendo cada vez más. Eso fue haciendo mella en su militancia, tanto que lo terminó llevando a dar un giro abismal: al dejar de ser parlamentario comenzó a oponerse al gobierno de Nicolás Maduro, sucesor de Hugo Chávez.

Se incorporó a FundaRedes para, mediante esta organización, contribuir a la defensa de los derechos humanos en Apure. Se hizo coordinador del observatorio de promoción y defensa de los derechos humanos de esa ONG. Y comenzó a hacer importantes denuncias sobre vulneraciones, por parte de los grupos armados irregulares, a quienes viven en la frontera del estado Apure con Colombia.

Precisamente por su verbo altisonante se fue convirtiendo en un activista de alto perfil. En alguien muy visible. En un blanco.

A lo largo de todo este tiempo, puertas adentro, en su hogar, Jesús había lidiado con momentos complejos. Es padre de dos hijos. Su niña de 11 años de edad sufre anemia drepanocítica, enfermedad hereditaria que se caracteriza por la falta de glóbulos rojos sanos para transportar oxígeno en el cuerpo. Algunos pacientes necesitan transfusiones de sangre periódicas y suministro de hierro. Esto ha llevado a la familia a momentos azarosos. Como ese que vivieron el 17 de noviembre de 2023, cuando a la pequeña debieron someterla a una operación. Con su bisturí, el cirujano trazó una línea en el abdomen: extirpó el bazo, que lucía notablemente grande y que se palpaba fácil. Era una consecuencia de la anemia drepanocítica. En su afán de filtrar las células sanguíneas dañadas, el bazo había trabajado con una dedicación autodestructiva, hasta convertirse en parte del problema. Esto hizo la intervención más compleja. Pero, tras una semana en observación, dieron de alta a la niña.

Como si se tratara de un presagio, Jesús había alertado a su familia de los posibles escenarios luego de las elecciones presidenciales del 28 de julio. Uno de ellos era que Nicolás Maduro, quien aspiraba a la reelección, desconociera los resultados.

—¿Y si la gente sale a la calle? —le preguntó su hermano Daniel.

—Habrá la posibilidad de un aumento de la represión.

Las elecciones se llevaron a cabo el 28 de julio. En algún momento de la madrugada, el Consejo Nacional Electoral (CNE) anunció como ganador a Nicolás Maduro con 51,20 por ciento de los votos, mientras que al opositor Edmundo González le adjudicó 44,20 por ciento. Al día siguiente, buena parte de la población salió a manifestar en distintas zonas de Venezuela: gente descontenta, en desacuerdo con unos resultados que parecían inverosímiles. Ni siquiera la página del ente electoral publicó los resultados desagregados, mesa por mesa, como debía hacer.

Las protestas fueron reprimidas por los órganos de seguridad. Justo después de las elecciones, la organización Caleidoscopio Humano documentó 275 acciones que transgredieron derechos civiles y políticos de los venezolanos. Esto incluyó 132 detenciones arbitrarias, 84 heridos, 36 manifestaciones pacíficas, que terminaron en hechos de violencia debido al accionar de los cuerpos policiales, militares y colectivos.

La tarde del 29 de julio, Jesús almorzó con su hermano Daniel, que era como su diario: a él le contaba sus movimientos, sus ideas, sus pensamientos. La vida de Jesús se tejía con una rutina sencilla: compartir con su esposa y sus hijos en su hogar, tras pasar horas trabajando. Eso hacía cuando llegaron esos hombres en camionetas negras.

La alerta y la ayuda de los vecinos funcionaron. Cada centímetro que cedía el portón, cada crujido metálico, era un grano de arena menos en el reloj de su libertad y representó la bisagra que abrió una puerta para dar inicio a una nueva realidad.

Jesús iba en la moto por el asfalto mientras la brisa fresca golpeaba su cara. Cambió de teléfono para evitar el rastreo vía GPS y activó una VPN en el otro. Se despojó de los rastros de su existencia digital. Solo se conectó por wifi para hacer llamadas a través de WhatsApp. Daniel, al otro lado de la línea telefónica, escuchó su relato y la confirmación de algo que ya se imaginaba: se mantendría en la clandestinidad para proteger su integridad física y la de sus familiares.

Mientras, los hombres del Sebin no paraban de buscarlo. En la casa, se movieron por cada rincón. Cocina, sala, habitaciones, armarios, baños. No faltó algo por revisar. Aunque no hubo golpes, los familiares se sintieron atemorizados. El miedo, denso como la niebla, se perpetuó en la atmósfera. Al agotar las pesquisas, sin encontrar a quien buscaban, decidieron marcharse.

A partir de entonces, Daniel y otros familiares asumieron las atenciones que demanda la enfermedad de la niña. Sobre todo, en dos episodios que ha requerido atención médica urgente. Uno de esos comenzó con fatiga inusual, una lasitud que no la aliviaba ni con el descanso: el síntoma de que los glóbulos rojos estaban disminuyendo, es decir, la anemia se estaba agudizando. Su piel se pintó de un tono más claro, el blanco de sus ojos adquirió un ligero tinte amarillo, que se intensificó con las horas. Su corazón se convirtió en un tamboreo acelerado y sin control. Tuvieron que llevarla a una clínica privada. Allí la atendieron. Y ya está bien. Pero Jesús lamenta no haber podido estar con ella.

La última vez que la familia lo vio fue durante aquella huida en moto en la madrugada. Han sabido de él porque a veces se comunica para decir que está bien. No pude decir más. Les toca conformarse con pocas palabras. Mientras, su hija se desplaza por los pasillos de la escuela con la desenvoltura de quien se agarra de un hilo de normalidad en medio del caos. Cada paso, cada risa con sus compañeros, cada asignación entregada es eso: un poco de normalidad.

En el corazón de la familia hay un anhelo: el fin de esta prueba. El peso de la ausencia y la zozobra de un simple mensaje, se han convertido en una carga invisible pero palpable. Cada silencio prolongado es un eco de angustia. Anhelan el día en el que la comunicación no sea un acto clandestino. Jesús y todos sus familiares se han de llevar consigo una experiencia que les ha mostrado el costo en la vida personal de alguien que espera una transición política en la Venezuela actual.

Los nombres de los personajes de esta historia fueron cambiados u omitidos por motivos de seguridad.

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