Desde el punto de vista sexual al hombre lo definen características de su organismo, entre las que destacan tener pene, testículos y otros órganos propios del varón. Sobre esa base, la sociedad va moldeando su masculinidad, el pensamiento, expresiones y actuaciones “propias” de los varones, pero específicamente, de los varones heterosexuales
Las pautas masculinas a los hombres suelen ser muy rígidas. Una rigidez equivalente a la del pene cuando se alista para la penetración sexual. El hombre, tal y como se concibe tradicionalmente, debe ser poco expresivo físicamente y cuando se mueva debe hacerlo de una manera firme, ruda, que lo diferencie del movimiento de las mujeres. Como consecuencia de la rigidez física, ellos generan una rigidez mental.
La expectativa social es que un hombre cabal (el heterosexual) debe ser estricto, firme, decidido, serio, contenido en sus emociones. Al reprimir las emociones, la sociedad castra a los hombres como seres humanos.
La emocionalidad masculina
Hay la creencia errada de que los hombres, por ser hombres, son más equilibrados mentalmente que las mujeres, que sufren menos, que aguantan más. Sin embargo, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el índice de hombres que se suicidan en el mundo es tres veces mayor que el de mujeres. Esto es un indicador de la vulnerabilidad masculina, de la incapacidad de los hombres para soportar algunos retos sociales, de las angustias y depresiones que ellas le causan. De la represión emocional en la que viven.
Para un hombre de pensamiento conservador, primero muerto que dejar ver sus partes débiles. Le cuesta muchísimo no responder a las expectativas sociales, correr el riesgo de ser visto como fracasado, perdedor.
El pensamiento sexista y heterocentrado asume que los hombres, por ser hombres, tienen el mundo ganado, son libres. En lo social puede que sea así pero a lo interno de cada hombre hay mucha represión. Se crece con la pauta de la responsabilidad, la seriedad, la inexpresividad. El temor a ser visto, de alguna manera, como femenino, Las sociedades son poco tolerantes con ello.
En el pensamiento tradicional y predominante, un hombre a “carta cabal” no debe expresar miedo o susto (miedosas y cobardes son las mujeres). Los hombres deben ser controlados, saber aguantar. De allí la castrante pauta de “los hombres no lloran”. Igual cuando sienten alegría. Si son muy expresivos pueden ser vistos como maricas o gays. Mejor, quietos.
El varón también debe evitar expresar el dolor físico o del alma, como se le dice comúnmente a la tristeza. Es feo ver a un hombre triste. No debe dejar ver ninguna debilidad, eso es de mujeres. El hombre macho, masculino, varón debe ser fuerte, aguantador, inexpresivo. Mientras más lo sea, mejor será visto socialmente.
Cambios a la vista
En las sociedades occidentales, hasta tiempos recientes, el llanto masculino estaba restringido a situaciones de despecho, cuando bajo influencia alcohólica podían expresar su dolor (y rabia) de macho abandonado. El abandono de ellas sigue estando entre las peores humillaciones que un hombre pueda vivir. Llorar era mejor que matarla, aunque también podía suceder que llorara y las matara. Algunos, siguen matándolas.
La visibilidad que el movimiento género diverso ha tenido en las sociedades occidentales durante en las últimas décadas, puede que haya contribuido a que algunas pautas culturales de la emotividad masculina heterosexual superen en algo su castración emocional. Algunas sociedades han visto cómo los hombres gays expresan su alegría, pero también su miedo cuando son atacados, su rabia cuando se defienden y lloran de frustración o, simplemente, de tristeza ante su ocasional impotencia social.
Aún cuando algunas culturas occidentales ya permiten que los hombres heterosexuales expresen ternura hacia sus hijos e hijas y, a veces, a su pareja, así como, en momentos de honda emoción, echen unas lagrimitas en público; sigue prevaleciendo la idea de que un hombre es mejor visto si aprieta los labios y las nalgas para contener el llanto y no hagan lo que las mujeres hacen. Esto es un asunto cultural.
En contextos culturales distintos a los occidentales podemos ver, sentir y aceptar el llanto a grito herido de los hombres palestinos, de cualquier edad, ante el cuerpo descuartizado de sus hijos e hijas, la muerte de su familia, la pérdida de todo lo que tenían, en manos de tropas israelíes. Lloran sin perder su hombría. Lloran por un sentimiento humano, un inmenso dolor de alma y, muy posiblemente, también, por mucha rabia, por su impotencia ante el enemigo.
En nuestra cultura, la rabia es la emoción, por excelencia, asociada a la masculinidad. Expresar rabia es mostrar hombría. Un hombre que se ponga bravo es un hombre en toda su extensión. Aun cuando esa rabia, como la mayoría de las rabias , sea destructiva y la dirija a su pareja, a sus hijos, a sus vecinos, o a sí mismo. La sociedad de hombres castrados emocionalmente es bestial, tenemos que superarla por el bien de todos y todas.
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