Dar cuenta en qué momento fue abandonada la planificación, es ciertamente un problema serio. No sólo por la profundidad de las implicaciones que caracterizan las situaciones impulsadas por el poder político central en perjuicio de los procesos de planificación de la administración pública. Más aún, en países oprimidos por el subdesarrollo y el militarismo autoritario. Pero también, por causa de la controversia que programas de gobierno guiados al abrigo de la planificación pública, avivan de cara a la población. Igualmente, referente a los actores que juegan importantes responsabilidades a dicho respecto.
Al mismo tiempo, deberá reconocerse el papel que al efecto ha asumido el entorno político toda vez que, a decir de acuciosos planificadores del desarrollo, el actor político se ha desvinculado de la planificación por meros intereses político-partidistas. Particularmente, de la planificación general de la acción de gobierno donde sus competencias o funciones tienen plena injerencia.
El problema en la óptica histórica
En lo que va del siglo XXI, en lo que toca a países localizados en la geografía tercermundista, el ejercicio de planificación ha sido insuficiente. El activismo político-partidista ha desplazado sus participaciones en los procesos que ordenan la gestión gubernamental. Pareciera no entenderse que la planificación de gobierno, según la teoría de este campo, es útil a lo interno de los procesos que movilizan la necesaria burocracia.
Burocracia comprendida, según la teoría política, como soporte del discurrir administrativo propio de un Estado constituido. Específicamente, desde el mismo momento en que son pautados los procedimientos que regulan la dinámica pública-administrativa. Procurada esta, mediante técnicas que racionalizan las realidades ubicadas en contextos de sensible gobernabilidad y necesaria gobernanza.
La “antipolítica” como problema
Este concepto de burocracia, pone de manifiesto la dificultad que para el ejercicio de la política es operado con la ayuda cómplice del “inmediatismo” causado por la injerencia de los llamados “problemas intermedios del sistema político”. Es decir, por la intrusión de la micropolítica (antipolítica) en medio de ciertos procesos determinados por criterios exclusivamente gubernamentales. Desde luego, a instancia de las necesidades demandadas.
En el fragor de estas situaciones, algunos de estos procesos buscan acortar la distancia que tiende a estropear la vinculación entre planes ofrecidos como compromisos de gobierno, y el proceso de discusión y la real toma de decisiones. Aunque esa distancia, generalmente contaminada por rasgos de una cultura política deforme por las mañas inducidas por el empeño de la alta dirigencia política en cargos de relevancia gubernamental y político-partidista, es acusada de ser partícipe en negociaciones que apuntan a aprovecharse de cualquier coyuntura de fácil escalada en lo político o económico.
Es ahí cuando surge el problema que esta disertación intenta develar en cuanto a cuándo fue abandonada la planificación pública vista como instrumento de organización del devenir de la política ejercida desde las alturas del poder estatal.
Tales tendencias, calificadas como tentaciones por estudiosos politólogos, han actuado a manera de factores divergentes en la línea regular imaginaria que articula la circunspección que vincula valores sociales con valores políticos, especialmente.
Otros problemas de aguda incidencia
En el terreno en donde estas divergencias han tenido lugar, la planificación gubernamental se ha visto entrabada como recurso de gobierno. No sólo por causa del inmediatismo vulgar, la discreción entramada y la deshonestidad demostrada, que cuelgan sobre el ideario de gobernantes que se aprovechan de sus capacidades para ganar elecciones. Aunque incapaces de gobernar con eficacia. También, por la falta del conocimiento exacto de cómo gobernar procesos creativos, conflictivos y saturados de una tenaz incertidumbre padecida por gobernantes, siempre afincados en lo ocasional.
La sumatoria de estos problemas, dejan ver cómo la planificación he dejado de considerarse herramienta necesaria en la identificación de prioridades y asignación de recursos en ámbitos sometidos por exigencias trazadas social y políticamente. Es exactamente, el espacio donde la dinámica social, política y económica hace que sucumban realidades.
Pero el simple hecho de antelar cambios que, en principio son de complicada deducción, ha motivado a animar gestiones de gobierno que tienden a preferir la improvisación combinada con métodos burdos de selección de criterios amañados a mecanismos de decisión. Definidos estos mecanismos, a partir de los resultados que exhiben ejercicios de filiación político-partidista asociados al concepto de una supuesta “lealtad”. Entendida, según procederes vulgarmente politizados.
A modo de conclusiones
Reconocer que la planificación es un proceso exigente en cuanto a tiempo de análisis, dedicación y ecuanimidad, obliga a una constante retroalimentación de las estrategias organizacionales comprometidas por la gestión de gobierno emprendida. Y esta exigencia evidencia serias complicaciones de orden técnico y político. Consideración que resulta difícil de comprender y aceptarse como realidad de la planificación.
Es ahí cuando, las apetencias de poder en una parte importante del funcionariado asignado a tan delicadas tareas, comienza a objetar con fuerte desapego el carácter riguroso de la planificación. Lo cual es aprovechado por el desprendimiento que padece la cúpula política de la atención hacia los problemas terminales que se apropian del sistema social. Al extremo que dichos problemas (desatendidos) propenden a convertirse en causas directas del desmoronamiento de las realidades donde debería actuar la planificación pública.
Es ahí cuando la politiquería (conducida por politiqueros de oficio) comienza a interponerse sobre la gran política. Justo, el momento en que los problemas intermedios del sistema político se vuelven tan agobiantes que su atención es cedida a mecanismos de preferencia amarrados a criterios propios de un grosero inmediatismo. Siempre dominado por el clientelismo político, el burocratismo y el vacío de competencias funcionales en el propio centro de áreas donde, particularmente, tiene competencia la planificación pública.
Es el momento en que los problemas que habían sido aludidos como ejes de las principales políticas gubernamentales y proferidas propuestas de gobierno, se acumulan al extremo de agravar su incidencia. Es cuando se ve desplazada la planificación por decisiones tan irrisorias que ni siquiera se acercan al meollo situacional de las crisis que se explayan, acechan y pervierten las realidades. Precisamente, es ahí donde se halla la respuesta a la pregunta que intitula esta disertación; ¿cuándo se abandonó la planificación?
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