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lunes, 23 junio, 2025

Los Tres Cerditos y Pedro, el lobo

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Por Andreina Mujica

Érase una vez, en un tranquilo reino llamado Sanchestán, donde tres cerditos muy particulares construían sus casas en medio de una crisis de mascarillas, contratos raros y muchas ruedas de prensa.

Primer cerdito: Koldo, el de la casa de pura paja

Koldo era un cerdito juguetón, gordito y peludo, perezoso y siempre dispuesto a una «fiestecita». Construyó su casa rápido, con paja y poca vergüenza. Vendía mascarillas usadas y, según se rumorea, las coleccionaba como recuerdos de sus juegos médicos con cerditas. Le encantaba grabar audios en reuniones, que luego guardaba en cestas como tesoros.

Un día llegó la UCO, Unidad Cerdita Operativa. Con un simple soplido, derribaron su casa y lo encontraron con el hocico metido en un saco de sobres. Le sobresalía el rabito y tooodo lo que lo envuelve.

Lo que pocos sabían era que Koldo no era un cerdito cualquiera. Nacido en Baracaldo, había sido aizkolari (cortador de troncos). Era buenísimo a la hora de “cortar troncos", incluso ovacionado por el propio Pedro, el Lobo, en una de sus demostraciones de fuerza, ganándose su confianza.

Koldo también era súper eficiente como informante de la UCO, Unidad Contra Olores, porque “cuando algo huele mal en el bosque, ellos llegan con mascarilla y expediente". Pero esta vez, los micrófonos no estaban para espiar a otros, sino para atrapar sus propias palabras.

La trama incluía a muchos animales del reino, como el zorrillo presidente del Zamora FC. Hablaban de mordidas, cajas secretas y contratos inflados con el oro de los animalitos del bosque. El terremoto había empezado… y Koldo, el cerdito de la casa de paja, había sido el primero en caer.

Lección: Si construyes con paja y te dedicas al juego, tarde o temprano la verdad sopla.


Segundo cerdito: Ábalos, el de la casa de madera

Ábalos era amigo de Koldo, un cerdito con un poco más de estilo… hasta que salía en camiseta. Usó madera para construir su casa, pensando que eso lo haría más serio. Pero en realidad, mientras serruchaba puestos —digo, troncos— también negociaba casitas que no eran suyas. Se decía defensor del bosque, mientras lo talaba a escondidas.

También tenía más de una cerdita a quien cuidar. Nicoleta era una, pero Jéssica era su preferida: le montó una casita de paja en pleno centro del bosque. Descuidó acuerdos, algunos pagos y muchas llamadas sin responder. Cuando llegó la UCO, Unidad Cazadora Oficial, tardaron un poco más, pero también le soplaron la casa. Justo antes, entraron y le hallaron 34 dispositivos: teléfonos móviles, discos duros (incluido uno escondido en una cerdita), memorias USB, tarjetas SIM, ordenadores y tabletas. Koldo declaró a la prensa del bosque: “No se han llevado prácticamente nada".

Lección: Un poquito de madera no basta cuando tienes la conciencia hecha astillas.


Tercer cerdito: Santos Cerdán, el de la casa de ladrillos

Santos era muy aplicado. Prefería que lo llamaran Santos, porque se sentía elevado e inalcanzable. Concedía deseos y peticiones, aunque no a cambio de nada. Gustaba de ser aplaudido por cuanto mono colgase de una rama. Detestaba y desconfiaba de quienes lo llamaran Cerdán el cerdín, pero se encantaba cuando le decían que era el más listo del corral. Usó ladrillos, cemento, contactos y un poco de miedo. Su casa parecía indestructible. Compraba silencios y repartía barro a otros cochinitos para distraer a los vecinos.

Pero lo que no sabía era que Koldo, el de la casa de paja, había grabado TODO. Y cuando la UCO, Unidad de Control de Orejas, escuchó los audios, ni la casa de ladrillos resistió el vendaval.

Lección: Puedes construir con ladrillos, pero si uno de los tuyos te graba, ni el concreto te salva.


Pedro, el Lobo

Y allá arriba, desde una torre con espejo, se miraba Pedro, el Lobo. Se regodeaba con tan solo ver su imagen en la primera página del periódico El Bosque al Día. Era elegante, astuto y sabía contar historias como nadie. Se sentía superior al resto de los animales del bosque y sabía servirse de las astucias y marramucias de los tres cerditos.

Siempre decía que quería proteger el bosque… pero tenía manada propia: unos cazaban en universidades, otros tejían pactos secretos, y algunos obtenían empleos pagados sin necesidad de trabajar, porque eso de trabajar no se les daba muy bien. Pero Pedro sabía que todos querían el trono.

Pedro soplaba con palabras, con gestos, con cartas dramáticas. Metía miedo y se retiraba al lago para meditar en silencio. Pero un día, sopló tanto y mintió tanto… que las ovejas dejaron de correr. Y se acercaron los verdaderos lobos, los de la UCO, con grabaciones, papeles y muchos cerditos delatores. Pues si un cerdo se vende una vez… ¿por qué no dos?

Y entonces, hasta la torre cayó. El espejo dejó de decirle que él era el lobo más bonito, y los monos aduladores comenzaron a esconder las manitos para no aplaudirle.

Lección: Puedes ser el lobo más guapo del cuento, pero si destruyes casas desde adentro, hasta tu reflejo te traiciona.


Y colorín colorado… el cuento no ha terminado.
Pero las casas ya no son lo que eran, y los cerdos ya no son de confiar.

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