Por Gabriela Ramírez
A medida que se acercan las elecciones presidenciales, muchos venezolanos que viven en el extranjero expresan un gran ánimo a participar en la cita del 28 de julio, pero sin la posibilidad de hacerlo.
Pero una semana antes de la elección que se disputan Edmundo González Urrutia, por la Plataforma Unitaria Democrática, y Nicolás Maduro, con 12 años en el poder, un vuelo de Madrid a Caracas lleva pasajeros llenos de esperanza y determinación.
Entre ellos está Edgar, de 22 años, quien vive en Islandia desde hace dos años. Ahora, regresa a su país para ejercer su derecho al voto, un privilegio que muchos de sus compatriotas en el exterior no tendrán, debido a las barreras impuestas por el Gobierno para la inscripción en el registro electoral en el extranjero.
En la mañana del viernes 19 de julio, Edgar se quedó dormido en un hotel cerca del aeropuerto Adolfo Suárez Madrid–Barajas. Con el corazón acelerado se apresuró todo lo posible para abordar el vuelo.»Me habría vuelto loco si perdía este vuelo», bromea este joven de cabellos rizados, finalmente sentado en el asiento 40L del vuelo IB 6773, que, después de dos años, lo llevaría de vuelta a casa, Venezuela.
«Vivo en el primer mundo, pero se extraña el calor del hogar, el abrazo de tu madre,» dice el joven proveniente de Maracay. «Voy a ver a mi familia, pero también regresó a Venezuela con una misión: Voy a votar”, exclama en voz alta y sin miedo. “Tenemos que sacarlo”, continua decidido al referirse a Nicolás Maduro, el actual Presidente que busca un tercer término en el Palacio de Miraflores.
Esta será la primera vez que Edgar participará en una elección presidencial, simbolizando la lucha contra todo pronóstico, incluso un apagón informático global que produjo el retraso y cancelación de vuelos en todo el mundo, de los venezolanos para hacer escuchar su voz.
Luego de 2 horas de retraso, el viaje de Edgar comenzó. Un trayecto de casi 8.000 kilómetros y más de 48 horas en tránsito, incluyendo una escala nocturna desde Reykjavík, capital de Islandia, hasta Madrid, España, es un testimonio de su anhelo de ser parte de un momento trascendental en la historia política de su país.
Lejos de casa, lejos de la papeleta electoral
Debido a la crisis humanitaria compleja en Venezuela casi 8 millones de ciudadanos han salido del país, de acuerdo con cifras de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) de la ONU. Se estima que más de 4,5 millones tienen derecho a votar, pero sólo 69.211 podrán hacerlo el 28 de julio.
Los obstáculos gubernamentales y las trabas burocráticas impuestas por el Gobierno han hecho extremadamente difícil que los venezolanos voten desde el extranjero. Pero algunos como Edgar no se dejan desanimar.
«Esta es nuestra última esperanza y no la podemos desperdiciar», comenta el joven, quien antes de salir de Venezuela se dedicaba a hacer pizzas luego de haber dejado sus estudios en ingeniería aeronáutica debido a las dificultades económicas.
Una pareja mayor de pasajeros en el mismo vuelo lo escucha y se voltea para hacerle saber que están de acuerdo. Ellos también están viajando para votar. «Le dije a mi esposa: ‘Imagínate que perdiéramos por dos votos'», dice el hombre de cabello canoso mientras sostiene la mano de su esposa.
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Solo este pensamiento era razón suficiente para dejar sus responsabilidades en Madrid y subirse a un avión rumbo a Caracas, donde vivieron la mayor parte de sus vidas. «Venezuela nos necesita», afirman ambos y se voltean en sus asientos para continuar su charla.
«No se trata solo de una elección; se trata de reclamar nuestros derechos y no dejarnos robar el derecho a participar»,dice otro venezolano en el mismo vuelo. «Venimos a votar por aquellos a los que no dejaron», expresa con un rostro esperanzador.
Edgar está convencido de lo mismo. “Hay muchos venezolanos pasándola muy mal afuera, pero nosotros, los que podemos, tenemos que hacerlo”, reflexiona a más de 4.000 metros de altura mientras prepara su teléfono para capturar una foto de la vista aérea desde su ventana.
A medida que el vuelo avanza sobre el Atlántico, las conversaciones en la cabina giran inevitablemente hacia la situación de los últimos años en el país. Por su parte, Edgar recuerda lo dura que fue la vida en Venezuela para él y su familia.
Luego, en el 2022, su abuela fue diagnosticada con cáncer de estómago cuando casi el 90% de sus órganos ya habían sido consumidos por la implacable enfermedad. Para él, quien fue criado por su abuela materna, fue un momento que lo quebró. Cambió su trabajo en la pizzería por días enteros dedicados a cuidar de su abuela. Ella murió en agosto del 2022 y menos de tres meses después Edgar dejó el país.
Como las que relata Edgar, historias de escasez, de familias separadas, pero también de esperanza y resistencia, llenan el aire e invaden incluso a las aeromozas españolas de Iberia, la aerolínea. ¿Este mes son las elecciones en Venezuela?, una de ellas le pregunta entusiasmada a la otra mientras sirven el primer plato del vuelo de casi 10 horas.
Sacrificios y esperanzas
Este viaje representa la primera vez que Edgar sale de Islandia desde que llegó a su nuevo hogar al otro lado del mundo en noviembre de 2022. Aunque admite su deseo de explorar otras partes de Europa, esta vez tenía más motivos para invertir cerca de 1.100 euros en un boleto de ida y vuelta a Venezuela, un costo que para muchos, incluyendolo a él mismo, podría significar el precio de ser testigo de la transformación a una Venezuela que nunca han conocido.
Luna también dejó Venezuela hace dos años. Ella viajó a Ciudad de México y aunque ha regresado a la capital en otras oportunidades, en esta ocasión es la primera vez que lo hace por tan poco tiempo. Seis días para ser exactos.
“Siempre que regreso a Venezuela lo hago por al menos un mes, generalmente en Navidades para compartir con mi familia”, comenta por video llamada desde la sala de su apartamento en el corazón de la capital mexicana antes de su viaje. Los planes se dieron alrededor de abril, cuando luego de intentar registrarse en el consulado venezolano en México “se llenó de frustración y rabia” al no lograrlo.
Luego de días evaluando todas sus opciones y conversando con sus padres, quienes aún residen en Caracas, recibió una propuesta que no podía dejar pasar. “Si quieres venir, te pagamos la mitad del pasaje”, le dijo su papá en una de sus llamadas.
“Si puedo intentarlo lo voy a hacer porque me encantaría regresar a Venezuela”, confiesa la comunicadora social de 29 años. Después de dos años viviendo en la capital de los tacos aún admite ver su futuro en su país natal.
Un futuro en Venezuela
El 28 de julio está marcado en su calendario y desde ya dice que se prepara con “demasiada” esperanza. En su mente ha visualizado cómo será el domingo de elecciones. “Con mi camisita blanca, llena de esperanza, yendo con mi familia a votar”, dice en tono alegre. Sin embargo, para ella es más difícil “imaginarse la reacción del Gobierno a los resultados”. De acuerdo con la mayoría de las encuestas, Maduro perdería ante el candidato unitario de la Plataforma Unitaria Democrática (PUD), Edmundo González Urrutia.
“No le tengo miedo a nada. Tendría mucha rabia si no pasa nada, pero creo que también estoy preparada si los resultados no son los que todos esperamos”, dice la joven. Luna es consciente de que su viaje, al igual que el de muchos otros venezolanos que han regresado para estas elecciones, es apenas el comienzo de un nuevo capítulo en la historia de Venezuela, uno en el que ella ha decidido participar activamente, “pase lo que pase”.
Otros como Edgar tienen un poco más de optimismo y “mucha fe”. «Es el tiempo de Venezuela. Nos llegará el momento en que celebraremos,» dice el joven ya más cerca de aterrizar.
«Si celebramos un partido de fútbol de la Vinotinto por todo lo alto, imagina cómo será cuando caiga una dictadura de 25 años”, comenta acerca de cómo se imaginaría el escenario de todo el país y los venezolanos alrededor del mundo celebrando el triunfo opositor.
“Quiero votar no solo por un cambio económico, sino por un cambio en la forma de pensar. Un país donde nadie me diga lo que tengo que sentir. Donde haya tolerancia y cero discriminación hacia las comunidades del LGTB+» expresa. En su nuevo hogar en Islandia, hay un cuadro que conecta los mapas de Venezuela e Islandia con corazones. Fue un regalo de su esposo islandés, con el que contrajo matrimonio legal en el frío otoño nórdico del 2023.
Entre lágrimas comenta que nunca le logró confesar a su abuela sobre sus preferencias sexuales. Sus sentimientos y gustos estuvieron reprimidos por la mayor parte de su vida, pero en Islandia ha logrado experimentar la libertad de poder ser quien verdaderamente es. Eso es precisamente lo que sueña con una Venezuela en el futuro, donde asegura desearía volver y mostrarle cada rincón de su amado país al joven europeo, quien lo espera en casa luego de este viaje por la libertad.
Finalmente, Edgar aterriza en el aeropuerto de Maiquetía. Su reloj marca las 5:00 de la tarde, pero en realidad, sus ojos rojos y cansados son prueba de que, para él son casi las 4:00 am del día siguiente, debido al cambio de horario.
Luego del montón de preguntas del oficial de migración antes de sellar su pasaporte en un aeropuerto, que no logra reconocer, Edgar espera inquieto para recoger su equipaje. Un oficial con camiseta roja, de esas comunes de los trabajadores oficiales, se acerca para informarle que su maleta está extraviada. Nunca dejó Madrid.
Edgar se lamenta, pero aún así sabe que regresar fue la decisión correcta. Quizás los detallitos que traía para su familia están perdidos, pero sus ganas de ser parte de un posible cambio aumentaron aún más.
“Si más personas votamos, será más difícil para el Gobierno ocultar la verdad”, es la esperanza de Edgar y la de muchos que hoy regresan a casa para votar.