Durante la mitad del siglo pasado Venezuela comenzó a ser vista en el exterior como una suerte de paraíso. Un país con grandes riquezas naturales, una agricultura rudimentaria y una industria por hacer.
Como si fuese poco, de Venezuela se sabía que era un país con un permanente clima primaveral, hermosos y variados paisajes y habitado por gente amable, trabajadora, alegre, caribeña, pues. El país ideal para emigrar desde los países europeos diezmados por las guerras, de otros muy empobrecidos y para explotar por parte de los países ricos. La marca era un país de oportunidades.
Mucha agua ha corrido bajo el puente desde entonces.
Venezuela, el crisol
A partir de los años 50, un significativo número de españoles, siguiendo el rumbo de sus antepasados conquistadores, llegaron a Venezuela. Con ellos vinieron numerosos italianos, portugueses y pequeños grupos provenientes de Europa oriental, el norte de África y China. Todos empezaron a rehacer su vida en Venezuela. Los provenientes del centro y el sur de África habían llegado siglos antes, como esclavos, y sus descendientes, al ser abolida la esclavitud, ya eran venezolanos con todos los derechos.
Venezuela es un crisol de pieles: blanca, negra, morena, que sumadas a la cobriza de los indígenas nativos generaron una población multicolor, multicultural, a diferencia de otros países de Latinoamérica donde indígenas y negros han sido histórica y severamente discriminados. La marca de Venezuela era un país de integración.
Mucha agua ha corrido bajo el puente desde entonces.
Venezuela, bonanza, teledramas, coronas y violencia
Al final del siglo pasado, Venezuela se hizo sentir en el mundo por algunos productos culturales: el neoriquismo de sus pobladores adquirido gracias al petróleo, las telenovelas, la belleza de sus mujeres y, en contraparte, la violencia delictiva.
La solvencia económica de quienes vivían en Venezuela se hacía sentir dónde llegaban de turismo o negocios. La ostentación de dinero era una forma de ser. La frase “´tá barato, dame dos” se hizo famosa por la forma de comprar de los venezolanos en el exterior.
Otra forma de Venezuela ser vista en el mundo fue a través de las pantallas de televisión por donde transmitieron a “Kasandra”, “Topacio”, “Abigail”, “Estefanía” o cualquier otra telenovela producida en ese país, los concursos de belleza internacionales donde las venezolanas ganan o tienen destacada figuración. Los dramas amorosos y la belleza de las venezolanas fueron marcas nacionales muy potentes.
Mientras el neoriquismo paseaba por los centros comerciales, las misses en las pasarelas y las telenovelas en las pantallas, también por allí se veía otro producto sociocultural del momento: la delincuencia desatada. Venezuela era dinero fácil, lágrimas, coronas, sangre y miedo.
Mucha agua ha corrido bajo el puente desde entonces.
Venezuela, siglo XXI
En lo que va del siglo actual la imagen de Venezuela es el sufrimiento. Como un presagio a lo que venía, intensas lluvias caídas en diciembre de 1999 arrasaron con la infraestructura del litoral cercano a Caracas, dejaron miles de muertos y llevándose al mar otros tantos. El nuevo milenio en Venezuela comenzó con susto, dolor y desolación.
Los años de principio de siglo fueron de una convulsión política inimaginada. El país se fue transformando violentamente. El enfrentamiento no fue de izquierda y derechas, que también, sino de sectores sociales: los de abajo contra los de arriba. La Venezuela que conocíamos dejó de ser y a la vista ajena apareció un país de hambre, crisis de servicios básicos, protestas y desesperanzas, como mínimo. La marca del país era Chávez, el presidente.
Con el correr del siglo se ha producido una paulatina huida del país. Los hijos y nietos de los inmigrantes del siglo pasado comenzaron a irse de Venezuela, también los nativos de varias generaciones. Emigrar se hizo una necesidad. En cuestión de años casi una cuarta parte de la población venezolana creó una gran diáspora mundial.
Políticamente, Venezuela se hizo una controversia, un problema para el mundo. A los antiguos explotadores de las riquezas nacionales, los sustituyeron. De país exportador de petróleo y otros minerales, Venezuela pasó a exportar su más preciado producto: su gente.
La nueva marca de Venezuela se ha construido sobre el sufrimiento, la huida, la nostalgia, la incertidumbre, como poco. Sentires y acciones aprovechadas en el exterior para avivar las controversias políticas internas, como en España, o azuzar con bulos las campañas electorales en muchos países. Venezuela es lo peor del mundo, todo, menos como ella, dicen.
Venezuela, tierra adentro y afuera
A pesar de la dura vida para quienes están en Venezuela y la nostalgia por el país que fue y de la gente que emigró, en el país, a simple vista, perduran la solidaridad, el esfuerzo, la reinvención personal, el resuelve laboral, la sobrevivencia a toda costa y hasta el optimismo. Admirable.
. Eso ha permitido que algunos políticos y comerciantes hayan descubierto un nuevos nichos de electores y consumidores en cualquier parte del mundo.
Pero mientras los cuerpos aguanten en Venezuela surgirán espacios creativos, se degustarán los platos criollos, la cerveza, se gozará con el buen humor, seguirán los hermosos paisajes, se verán rincones de baile y seguirá el tongoneo de las misses que generan la fantasía de un país con bienestar o tanto como se pueda.
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