No puedo evitar el sesgo emocional cuando hablo sobre la guerra Rusia-Ucrania, así como cualquier guerra. Mis padres, hoy desaparecidos, fueron niños de la guerra y todavía sus historias marcadas por el dolor, resuenan en mi alma.
Acerca de la guerra, Rubén Darío escribió: «La guerra es un monstruo feroz, que todo lo destruye sin piedad, arrasa ciudades, mata a la voz, y deja un rastro de dolor y soledad. La indiferencia de otros países es un golpe cruel al corazón, cuando el mundo se hace sordo a los gritos, y no hay nadie que tienda la mano. Las consecuencias son nefastas, se pierde la vida, el amor y la paz, y los que sobreviven quedan marcados, por el dolor, la tristeza y el desaliento».
El conflicto entre Rusia y Ucrania es un buen ejemplo de las contemporáneas tensiones entre el nacionalismo y el cosmopolitismo internacional.
El nacionalismo ruso –capitalizado por los intereses y hasta locura de Putin- ha sido la razón de la invasión de Rusia a Ucrania. Liberar los Estados separatistas y prorrusos del Donbás fue la excusa perfecta que esgrimió Putin para llamar a la guerra. Por otra parte, era ya inminente la adhesión de Ucrania a la Unión Europea y a la OTAN, lo que significaba que los gringos, por fin, vivirían en el patio de Rusia. Invocar el nacionalismo ruso para liberar a los ucranianos descontentos y proteger la soberanía rusa de los gringos, resultaba algo muy conveniente en un momento donde la gestión de Putin como presidente eterno, estaba en entredicho por la ciudadanía.
Los que defienden el cosmopolitismo, argumentan, no sin razón, que la invasión rusa viola los derechos de Ucrania como nación independiente y única encargada de solucionar su propio conflicto bélico separatista. Basado en esta premisa, un Zelenski -muy empecinado- defiende a Ucrania de Rusia a como dé lugar, aunque ello a estas alturas, haya costado la vida a más de 100 mil personas, entre los que cuentan 30 mil civiles; mujeres, hombres y niños.
La actuación del presidente ucraniano, más allá de la defensa de su país, da cuentas de un sueño personal muchas veces declarado, de lograr la aceptación de Ucrania en la Unión Europea y estrechar alianzas económicas y militares con los gringos y demás miembros de la OTAN. El deseo de Volodomir Zelenski desoye a los 6 millones de caucásicos del Donbás, que desde el 2014, han manifestado su voluntad de separarse de Ucrania para erigirse como una nación independiente.
Para los gringos el asunto entre Rusia y Ucrania es más sencillo y pragmático, respondiendo a intereses económicos y geopolíticos. El apoyo a Ucrania, en clara asimetría frente a Rusia, les permite a los americanos apostarse definitivamente en la región, lo que significa hacerse del control de una de las zonas más ricas en energía de todo el mundo. El petróleo y el gas barato, y la independencia de las políticas de precios de la OPEP, siempre serán bienvenidas por Estados Unidos.
El plan original de Putin era de una «guerra relámpago» en la que Rusia tomaría Kiev en pocas horas y anexaría a Ucrania como una república asociada a la federación rusa. La resistencia de Zelenski, que cuenta con el irrestricto apoyo bélico y económico de la OTAN, ha frustrado esta estrategia inicial de Putin.
Nos encontramos, pues, ante un enfrentamiento posmoderno entre el hemisferio occidental, liderado por los americanos, y el hemisferio oriental, liderado por los rusos, con la indudable venia de China y otros muchos países que adversan a Estados Unidos.
La reciente Guerra Fría, que duró 44 años, se trataba de algo muy parecido a lo planteado. Para quien no lo recuerde, durante la Guerra Fría vivimos todos en el riesgo de que una posible confrontación nuclear entre rusos y gringos, dieran al traste con la humanidad.
Hoy, tras un año de iniciada la guerra entre Rusia y Ucrania, el riesgo de una confrontación nuclear internacional cobra nuevamente vigencia. Putin recientemente suspendió el tratado de restricción del uso de armas nucleares, establecido ya hace años entre Rusia y Estados Unidos. Además, amenaza abiertamente de reaccionar violentamente si Estados Unidos y sus aliados suministran misiles de largo alcance al gobierno ucraniano, lo que ha aumentado aún más la tensión en la región.
Los países de la OTAN hacen caso omiso a las amenazas de Putin y siguen atizando el fuego de la guerra. El gobierno chino alarmado por la posible escalada del conflicto ruso-ucraniano, en estos días, ha conminado a la resolución negociada de la guerra, brindando incluso una estrategia a seguir para llegar a acuerdos entre ambas naciones.
Mientras acontece lo señalado, el resto del mundo, hemos hecho de la guerra Rusia-Ucrania parte de nuestra cotidianidad. Los inicialmente encendidos y continuos titulares de prensa sobre el conflicto de Europa del Este han venido siendo desplazados por aquellos relacionados con la crisis económica mundial que estamos atravesando.
Por pragmatismo e indolencia nos olvidamos de los muertos, heridos, desplazados y riesgos inherentes al conflicto bélico ruso-ucraniano. La indiferencia ante la guerra que menciona en su escrito Rubén Darío podría costarnos la vida a todos, si comienza una abierta confrontación nuclear.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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No puedo evitar el sesgo emocional cuando hablo sobre la guerra Rusia-Ucrania, así como cualquier guerra. Mis padres, hoy desaparecidos, fueron niños de la guerra y todavía sus historias marcadas por el dolor, resuenan en mi alma.
Acerca de la guerra, Rubén Darío escribió: «La guerra es un monstruo feroz, que todo lo destruye sin piedad, arrasa ciudades, mata a la voz, y deja un rastro de dolor y soledad. La indiferencia de otros países es un golpe cruel al corazón, cuando el mundo se hace sordo a los gritos, y no hay nadie que tienda la mano. Las consecuencias son nefastas, se pierde la vida, el amor y la paz, y los que sobreviven quedan marcados, por el dolor, la tristeza y el desaliento».
El conflicto entre Rusia y Ucrania es un buen ejemplo de las contemporáneas tensiones entre el nacionalismo y el cosmopolitismo internacional.
El nacionalismo ruso –capitalizado por los intereses y hasta locura de Putin- ha sido la razón de la invasión de Rusia a Ucrania. Liberar los Estados separatistas y prorrusos del Donbás fue la excusa perfecta que esgrimió Putin para llamar a la guerra. Por otra parte, era ya inminente la adhesión de Ucrania a la Unión Europea y a la OTAN, lo que significaba que los gringos, por fin, vivirían en el patio de Rusia. Invocar el nacionalismo ruso para liberar a los ucranianos descontentos y proteger la soberanía rusa de los gringos, resultaba algo muy conveniente en un momento donde la gestión de Putin como presidente eterno, estaba en entredicho por la ciudadanía.
Los que defienden el cosmopolitismo, argumentan, no sin razón, que la invasión rusa viola los derechos de Ucrania como nación independiente y única encargada de solucionar su propio conflicto bélico separatista. Basado en esta premisa, un Zelenski -muy empecinado- defiende a Ucrania de Rusia a como dé lugar, aunque ello a estas alturas, haya costado la vida a más de 100 mil personas, entre los que cuentan 30 mil civiles; mujeres, hombres y niños.
La actuación del presidente ucraniano, más allá de la defensa de su país, da cuentas de un sueño personal muchas veces declarado, de lograr la aceptación de Ucrania en la Unión Europea y estrechar alianzas económicas y militares con los gringos y demás miembros de la OTAN. El deseo de Volodomir Zelenski desoye a los 6 millones de caucásicos del Donbás, que desde el 2014, han manifestado su voluntad de separarse de Ucrania para erigirse como una nación independiente.
Para los gringos el asunto entre Rusia y Ucrania es más sencillo y pragmático, respondiendo a intereses económicos y geopolíticos. El apoyo a Ucrania, en clara asimetría frente a Rusia, les permite a los americanos apostarse definitivamente en la región, lo que significa hacerse del control de una de las zonas más ricas en energía de todo el mundo. El petróleo y el gas barato, y la independencia de las políticas de precios de la OPEP, siempre serán bienvenidas por Estados Unidos.
El plan original de Putin era de una «guerra relámpago» en la que Rusia tomaría Kiev en pocas horas y anexaría a Ucrania como una república asociada a la federación rusa. La resistencia de Zelenski, que cuenta con el irrestricto apoyo bélico y económico de la OTAN, ha frustrado esta estrategia inicial de Putin.
Nos encontramos, pues, ante un enfrentamiento posmoderno entre el hemisferio occidental, liderado por los americanos, y el hemisferio oriental, liderado por los rusos, con la indudable venia de China y otros muchos países que adversan a Estados Unidos.
La reciente Guerra Fría, que duró 44 años, se trataba de algo muy parecido a lo planteado. Para quien no lo recuerde, durante la Guerra Fría vivimos todos en el riesgo de que una posible confrontación nuclear entre rusos y gringos, dieran al traste con la humanidad.
Hoy, tras un año de iniciada la guerra entre Rusia y Ucrania, el riesgo de una confrontación nuclear internacional cobra nuevamente vigencia. Putin recientemente suspendió el tratado de restricción del uso de armas nucleares, establecido ya hace años entre Rusia y Estados Unidos. Además, amenaza abiertamente de reaccionar violentamente si Estados Unidos y sus aliados suministran misiles de largo alcance al gobierno ucraniano, lo que ha aumentado aún más la tensión en la región.
Los países de la OTAN hacen caso omiso a las amenazas de Putin y siguen atizando el fuego de la guerra. El gobierno chino alarmado por la posible escalada del conflicto ruso-ucraniano, en estos días, ha conminado a la resolución negociada de la guerra, brindando incluso una estrategia a seguir para llegar a acuerdos entre ambas naciones.
Mientras acontece lo señalado, el resto del mundo, hemos hecho de la guerra Rusia-Ucrania parte de nuestra cotidianidad. Los inicialmente encendidos y continuos titulares de prensa sobre el conflicto de Europa del Este han venido siendo desplazados por aquellos relacionados con la crisis económica mundial que estamos atravesando.
Por pragmatismo e indolencia nos olvidamos de los muertos, heridos, desplazados y riesgos inherentes al conflicto bélico ruso-ucraniano. La indiferencia ante la guerra que menciona en su escrito Rubén Darío podría costarnos la vida a todos, si comienza una abierta confrontación nuclear.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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