Acaso es difícil entender ¿por qué la historia se presta para amordazar ideales de precursores y libertadores, o de episodios protagonizados en provecho de excelsos resultados? El problema reside en razones que -ausentes de justificación alguna- son omitidas, alteradas o deformadas por intereses demagógicos distanciados de los momentos históricos. Es lo propio de los autoritarismos hegemónicos.
Acá, la historia deja de verse como la explicó Salustio Crispo, un historiador romano del siglo I a.C., quien manifestó que la historia es «un ejercicio del espíritu». De ahí hay quienes denigran de la historia toda vez que, muchas veces, sus contenidos evidencian manipulaciones utilizadas por demagogos y populistas para retorcer la interpretación de doctrinas que cimentaron realidades a fuerza de hazañas. Y por intereses políticos de gobiernos autoritarios, la historia se presta para tergiversaciones que la desfiguran. Es cuando surgen opiniones que mancillan su narrativa. Y que podrían resumirse en la expresión suspicaz del francés, Charles Delessert, al referir que «cada historiador cuenta su propia historia». Otros dirían que cada historiador aprecia el pasado a su modo y parecer.
Podría ser la razón para explicar que cada sistema político, busca montar la historia sobre los principios que mejor se ajusten a necesidades ideológicas propias. Y asimismo, cada gobierno exalta los mitos que sus apetencias incitan y crean.
En Venezuela, el sistema político que nutre las orientaciones del socialismo pretendido y declarado como fundamento doctrinario de la gestión empeñada, ha sabido modelar el desempeño político -arraigando su intencionalidad política- en la figura e ideas de Simón Bolívar. Pero desde una perspectiva bastante amoldada a sus intereses. Es decir, soportada en la construcción de un pasado que, según su apetencia política, es multitudinario. Por eso, se abocó a falsear una historia, edificada sobre la heroicidad de algunos venezolanos. Especialmente, de Simón Bolívar. Para lograr la cimentación de una «nueva» historia, debió adaptarla al imaginario extraído de temeridades, inmodestias y adulaciones de altos funcionarios del Ejecutivo Nacional que asumieron el manejo de la política nacional desde 1999.
Por tanto, el régimen venezolano se empeñó en crear un Bolívar a imagen y semejanza de quien en principio se arrogó la condición de ser su «heredero-gobernante» directo. Para lograrlo, este personaje inventó toda una parafernalia salpicada de anécdotas familiares que reforzaron su imaginario íntimo. Pero además, se apoyó en un práctico esquema de marketing político, social y cultural para posteriormente vender su reconstruida «historia» al mejor postor. Y tan anhelado postor, terminó siendo la población venezolana de menores recursos económicos, cognitivos e intelectuales.
De manera que la población de menores recursos, inserta en las categorías D, E y F de la sociedad nacional, «compró» (sin regateo alguno que exigiera algo más) el «cuento» completo que expuso el alto gobierno. Ello, a costa de intimidación y chantaje.
La versión del «nuevo» Bolívar fue cambiada en virtud de ciertos caracteres y rasgos que más se apegaban a la «historia» que la inventiva del alto funcionario forjó. Para lograrlo, ese mismo alto funcionario se valió de las adulaciones de quienes interesadamente se acercaban a él. Lo hacían, para brindarle al «mampuesto historiador» comentarios que favorecieran el contubernio que fue montado sin que el país político lo advirtiera.
Tan apegada a su rutina familiar fue la narrativa que sustentó el nacimiento del «nuevo» Bolívar, que negó a personajes que le valieron al Libertador razones para su crecimiento y desarrollo. Al menos, según confirmaciones suscritas por la biografía levantada por reconocidos historiadores del siglo decimonónico y principios del siglo XX.
El texto expuesto, fue justificado por la chapucería empleada a manera de demostrar la validez (a juro) de las hipótesis definidas. Por consiguiente, fueron alterados distintos episodios que deslucieron el propósito emancipador de Bolívar. Al extremo que, el rostro del Libertador resultó ser otro. Muy distinto del dibujado en vida (Lima, 1825) por el pintor José Gil de Castro.
Desde que una nueva Constitución (1999) rige los estamentos del Estado venezolano, el Ejecutivo Nacional se ha ocupado de convulsionar la historia. Así se buscó readaptar el ideario bolivariano a los intereses que mejor convinieran al propósito de adecuar la funcionalidad del país a la concepción morbosa proyectada como objetivo del régimen. Que sirviera de argumento y fundamento a lo que permitieran las improvisaciones propias del (des)gobierno implantado desde 1999. Y acentuado, después de 2012.
Ahora el militarismo «bolivariano» -en complicidad con actores emplazados a instancia de intereses lucrativos, foráneos e improcedentes- se ha servido de criterios infortunados para convertir a Venezuela en el centro de un «negocio redondo». En consecuencia, de decisiones incompatibles con el pensamiento bolivariano. Entonces, ¿para qué se obligó el patronímico bolivariano que terminó alterando registros anteriormente reconocidos por la institucionalidad republicana que, teóricamente, perfilaba la imagen de Venezuela?
¿De qué ha servido tanta aprehensión del ideario del Libertador, ahora retorcido, mientras la vida nacional apunta al desastre, en todos sus sentidos? El discurrir del régimen político actual, viene apuntando hacia una dirección que en ninguna parte se corresponde con la lucha política a la que Bolívar dedicó buena parte de su vida.
No hay base histórica para aducir que el ideario del Libertador sostiene algún llamado al socialismo latinoamericano. Tampoco, para haber inspirado al régimen actual a cometer actos de expoliación y escamoteo, atentatorios de las libertades y derechos logrados a sangre y fuego por las tropas libertadoras dirigidas por el propio Bolívar. Entonces ¿por qué el régimen actual desfiguró al país apoyándose de la figura e ideas de otro «Simón Bolívar»? ¿Acaso no pregona que su gestión es absolutamente «bolivariana»?
Pareciera ser pues, que el propósito mejor arreglado y más provechoso del régimen político venezolano es: chantajear con las ideas de Bolívar.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
Del mismo autor: Los dialectos del populismo
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Acá, la historia deja de verse como la explicó Salustio Crispo, un historiador romano del siglo I a.C., quien manifestó que la historia es «un ejercicio del espíritu». De ahí hay quienes denigran de la historia toda vez que, muchas veces, sus contenidos evidencian manipulaciones utilizadas por demagogos y populistas para retorcer la interpretación de doctrinas que cimentaron realidades a fuerza de hazañas. Y por intereses políticos de gobiernos autoritarios, la historia se presta para tergiversaciones que la desfiguran. Es cuando surgen opiniones que mancillan su narrativa. Y que podrían resumirse en la expresión suspicaz del francés, Charles Delessert, al referir que «cada historiador cuenta su propia historia». Otros dirían que cada historiador aprecia el pasado a su modo y parecer.
Podría ser la razón para explicar que cada sistema político, busca montar la historia sobre los principios que mejor se ajusten a necesidades ideológicas propias. Y asimismo, cada gobierno exalta los mitos que sus apetencias incitan y crean.
En Venezuela, el sistema político que nutre las orientaciones del socialismo pretendido y declarado como fundamento doctrinario de la gestión empeñada, ha sabido modelar el desempeño político -arraigando su intencionalidad política- en la figura e ideas de Simón Bolívar. Pero desde una perspectiva bastante amoldada a sus intereses. Es decir, soportada en la construcción de un pasado que, según su apetencia política, es multitudinario. Por eso, se abocó a falsear una historia, edificada sobre la heroicidad de algunos venezolanos. Especialmente, de Simón Bolívar. Para lograr la cimentación de una «nueva» historia, debió adaptarla al imaginario extraído de temeridades, inmodestias y adulaciones de altos funcionarios del Ejecutivo Nacional que asumieron el manejo de la política nacional desde 1999.
Por tanto, el régimen venezolano se empeñó en crear un Bolívar a imagen y semejanza de quien en principio se arrogó la condición de ser su «heredero-gobernante» directo. Para lograrlo, este personaje inventó toda una parafernalia salpicada de anécdotas familiares que reforzaron su imaginario íntimo. Pero además, se apoyó en un práctico esquema de marketing político, social y cultural para posteriormente vender su reconstruida «historia» al mejor postor. Y tan anhelado postor, terminó siendo la población venezolana de menores recursos económicos, cognitivos e intelectuales.
De manera que la población de menores recursos, inserta en las categorías D, E y F de la sociedad nacional, «compró» (sin regateo alguno que exigiera algo más) el «cuento» completo que expuso el alto gobierno. Ello, a costa de intimidación y chantaje.
La versión del «nuevo» Bolívar fue cambiada en virtud de ciertos caracteres y rasgos que más se apegaban a la «historia» que la inventiva del alto funcionario forjó. Para lograrlo, ese mismo alto funcionario se valió de las adulaciones de quienes interesadamente se acercaban a él. Lo hacían, para brindarle al «mampuesto historiador» comentarios que favorecieran el contubernio que fue montado sin que el país político lo advirtiera.
Tan apegada a su rutina familiar fue la narrativa que sustentó el nacimiento del «nuevo» Bolívar, que negó a personajes que le valieron al Libertador razones para su crecimiento y desarrollo. Al menos, según confirmaciones suscritas por la biografía levantada por reconocidos historiadores del siglo decimonónico y principios del siglo XX.
El texto expuesto, fue justificado por la chapucería empleada a manera de demostrar la validez (a juro) de las hipótesis definidas. Por consiguiente, fueron alterados distintos episodios que deslucieron el propósito emancipador de Bolívar. Al extremo que, el rostro del Libertador resultó ser otro. Muy distinto del dibujado en vida (Lima, 1825) por el pintor José Gil de Castro.
Desde que una nueva Constitución (1999) rige los estamentos del Estado venezolano, el Ejecutivo Nacional se ha ocupado de convulsionar la historia. Así se buscó readaptar el ideario bolivariano a los intereses que mejor convinieran al propósito de adecuar la funcionalidad del país a la concepción morbosa proyectada como objetivo del régimen. Que sirviera de argumento y fundamento a lo que permitieran las improvisaciones propias del (des)gobierno implantado desde 1999. Y acentuado, después de 2012.
Ahora el militarismo «bolivariano» -en complicidad con actores emplazados a instancia de intereses lucrativos, foráneos e improcedentes- se ha servido de criterios infortunados para convertir a Venezuela en el centro de un «negocio redondo». En consecuencia, de decisiones incompatibles con el pensamiento bolivariano. Entonces, ¿para qué se obligó el patronímico bolivariano que terminó alterando registros anteriormente reconocidos por la institucionalidad republicana que, teóricamente, perfilaba la imagen de Venezuela?
¿De qué ha servido tanta aprehensión del ideario del Libertador, ahora retorcido, mientras la vida nacional apunta al desastre, en todos sus sentidos? El discurrir del régimen político actual, viene apuntando hacia una dirección que en ninguna parte se corresponde con la lucha política a la que Bolívar dedicó buena parte de su vida.
No hay base histórica para aducir que el ideario del Libertador sostiene algún llamado al socialismo latinoamericano. Tampoco, para haber inspirado al régimen actual a cometer actos de expoliación y escamoteo, atentatorios de las libertades y derechos logrados a sangre y fuego por las tropas libertadoras dirigidas por el propio Bolívar. Entonces ¿por qué el régimen actual desfiguró al país apoyándose de la figura e ideas de otro «Simón Bolívar»? ¿Acaso no pregona que su gestión es absolutamente «bolivariana»?
Pareciera ser pues, que el propósito mejor arreglado y más provechoso del régimen político venezolano es: chantajear con las ideas de Bolívar.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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