cuarentena por coronavirus
El lunes pidió delivery de carne, pollo, frutas, vegetales, cerveza, artículos de limpieza, medicinas, etc, etc.
La decisión de exiliar a Zapato no fue tomada de un plumazo. Horas antes estuve reunida con Aspiradora buscando la solución que le permitiese vivir dentro de casa
El paraíso, eso parecía aquel país. En unos pocos años trabajando duro y con un mínimo de conciencia que escaseaba en la mayoría de los locales, podías tener lo que quisieras y más
Hoy, un día más del confinamiento y distanciamiento social. Hoy, como los otros días, me levanté, comí, salí al jardín, leí, comí, descansé, preparé café, trabajé y regué. En distintos interludios atendí el celular: Gmail, Signal, Telegram, WhatsApp, Twitter e Instagram
Entre otras cosas, la cuarentena me dio por limpiar. Limpiar y ordenar. Ya saben, esto de aquí pasa para allá y lo de allá viene para acá. De la cesta de ropa sucia convertida en closet de lencería saqué manteles y pañitos olvidados
Mi cuarentena empezó mucho antes de que el coronavirus llegara a Venezuela y, a la vez, nunca empezó. Mi aventura inició en un viaje que se planificó durante meses: un viaje Caracas-Managua con escala en Panamá que tenía como finalidad visitar a mi familia que no veía desde hacía 13 años y poder hacer diligencias pendientes
Supe que ya tenía demasiadas semanas en casa cuando, a eso de las dos de la madrugada, fui a la cocina –prendiendo luces y haciendo ruido–, a servirme un vaso de agua directamente de la marmita
En la parte de atrás de mi casa tengo un pequeño solar donde me gusta tener algunas gallinas. Nunca nos hemos comido una (¡je!) pero en estos días de cuarentena me quedé sin dinero y opté por vender una de las gallinas más grandes: según pude saber, a esa especie le dicen sarabicas por ser negras con manchas grise
Estar afuera en tiempos de pandemia es asunto de héroes. Se nota en el dejo de sacrificio que queda en sus ojos después del rocío que les suelto a quemarropa con el spray desinfectante. Con unas suelas tan sucias como manos de obrero y el desvencijo en su frente que es más por modestia que por soberbia
Corrimos. No había nadie en la calle y el hospital estaba lejos. Nadie quería auxiliarnos mientras que, con mascarillas y guantes, transpirábamos y los recuerdos de desgracias llegaban a nuestra mente