
Caracas.- La llovizna transformada luego en lluvia más intensa cubrió el asfalto de la avenida Páez de la parroquia El Paraíso, el miércoles 7 de julio. Ana Martínez recuerda cuando ese día se asomó por la ventana de su cocina: «El reloj de mi celular marcaba las 3:58 pm. Mi hijo estaba en la calle visitando a unos amigos ya que unos 15 minutos antes me había escrito por el WhatsApp. A los pocos minutos comenzó el tiroteo».
Ana corrió al cuarto de su mamá a cerrar las ventanas y la llevó para su cuarto, porque siempre su hijo Jesús Alejandro le comentaba que tenía dos cruces con paredes fuertes. Por el grupo del WhatsApp del edificio ya comentaban que eran los de la Cota 905, los angelitos del «Koki». Los vecinos que viven en los edificios cerca del parque El Pinar temían porque bajaran los malandros en motos y, sobre todo, a la respuesta de los policías y guardias por las bombas lacrimógenas.
Ana le escribió a su hijo para que no se acercara a la casa, le suplicó que se quedara donde su tía, en Altamira. Recuerda que la tarde se puso oscura, nublada. La lluvia ya había cesado. La noche estaba lúgubre e intranquila, con ese repiqueteo incesante de disparos. Le hizo también recordar el vacío en el estómago. La debilidad en sus piernas. Esa desesperante situación de ver fin a los disparos que no llegaba. Pasada las once de la noche seguían los disparos. No durmió, a su madre la calmó con una manzanilla; tampoco durmió mucho.
Miriam Pérez, habitante de los bloques conocidos como los marrones, confiesa que le preocupaba ver para el jueves 8 de julio, las tanquetas en las calles de la parroquia, sobre todo, porque el desayuno que recibieron fue la lluvia de balas por parte de funcionarios de acciones especiales cerca de sus residencias.
«Creo que es el tiroteo, el enfrentamiento más largo de todos los 30 años en que he vivido en El Paraíso. No dejé de orar ni en un momento para que se acabara esta locura», dijo Miriam Pérez. Estar tres días encerrados, atrapados en sus casas les recordó los solos que se encuentran. «Perder la vida en la casa por una bala perdida, comerte todas las uñas, sentir sed, fue una situación de ansiedad que no se la deseo ni a mi peor enemigo; es una desesperación extraña. Se siente como si los disparos están muy cerca, como en tu puerta».
«La explosión»
«No fue una granada, fue una explosión muy fuerte, tanto que los habitantes de las Residencias Victoria comentaron que el edificio retumbó. Dicen que esa explosión fue para destruir la gallera del «Koki». Pensé que estaban bombardeando desde una avión, grité horrible, mi esposo me abrazó y nos colocamos casi bajo la cama, fue como a las 11:00 pm del 8 de julio», recuerda Isabel de Romero, habitante del conjunto residencial El Paraíso.
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La llovizna del jueves 8 de julio no daba fin a los tiros. Un cacerolazo de mujeres en la Cota 905 desconcertó a muchos, porque no sabían si protestaban o apoyaban a los delincuentes. Para el 9 de julio, a los habitantes del El Paraíso les tocó todavía estar encerrados en sus casas, mientras se ejecutaba un operativo que liberaba a la Cota 905 de los delincuentes que no los dejaron dormir por tres días. En medio de la incertidumbre y el agradecimiento discurrían las opiniones de los distintos integrantes de los grupos de WhatsApp conformados para buscar mejoras o denunciar necesidades.
«Oeste caraqueño violento»
Para Carlos Ramos, habitante de la parroquia Santa Rosalía, la acción de los delincuentes en su comunidad sin ningún control policial, así como los recientes hechos de mujeres heridas en El Cementerio y Quinta Crespo, el ataque del Helicoide en Roca Tarpeya, la pretensión de tomar la parroquia La Vega en su totalidad y la angustia de la población de El Paraíso de ser acosada por los delincuentes de la Cota 905 es la mejor prueba de la necesidad que tiene el hampa de tomar el oeste caraqueño.
Recuerda el habitante de esta parroquia central de Caracas que fue tanto la incompetencia de los cuerpos de seguridad del Estado que hasta se dejaron quitar una tanqueta. «Ver por las redes sociales cómo un conductor de una tanqueta chocó a un carro particular me confirma su poca experiencia, pericia, la incompetencia total de los hombres que nos deben brindar seguridad ciudadana».
Ramos recalcó que es insólito que el oeste caraqueño fue sacudido por tres días debido a la acción de tres o cuatro delincuentes con nombres de comiquita criolla, «el Koki, «el Garbis» y «el Vampi» demostraron que tienen más poder de fuego que el mismo Estado que, cuando quieren, queman a Caracas».
La fe de acabar definitivamente con este conflicto entre bandas delictivas es el reto que les sigue quitando el sueño a los vecinos de las zonas involucradas, por eso realizan, siempre que pueden, el Tuitazo #NoMásBalas. No quieren ver otra vez las tristes escenas del desplazamiento de madres de la Cota, de El Cementerio y zonas aledañas con niños en brazos, cargando en bolsos con lo necesario.