Por: Bryan Granado.
Pocas veces una sigla despierta tanto debate sin que muchos sepan exactamente qué representa. Usaid, la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, ha sido durante décadas un nombre familiar —aunque incomprendido— en muchas comunidades de América Latina. Su reciente cierre de operaciones en Venezuela no solo marca el fin de una etapa, sino también el comienzo silencioso de muchas urgencias sin respuesta.
Durante años, Usaid no fue solo una oficina burocrática con sede en Washington. Para muchos, fue el rostro visible de la cooperación internacional: programas de salud para pacientes crónicos, becas de estudio, asistencia a mujeres emprendedoras, capacitación para organizaciones civiles, ayuda humanitaria en zonas de conflicto. Fue presencia donde otros prefirieron la distancia. Y ahora, con su salida, se quiebra un canal que, sin hacer ruido, sostenía realidades frágiles.
Su historia en Venezuela no estuvo exenta de tensiones. En distintos momentos fue tildada de agenda encubierta, de plataforma para injerencias, incluso de «banco de favores políticos». Es cierto: como toda agencia internacional, sus operaciones respondían a una lógica de intereses. Pero reducirla solo a eso es desconocer el impacto real que tuvo en la vida de miles de personas para quienes el financiamiento de un tratamiento, un programa comunitario o una formación académica era literalmente una línea de vida.
El desconocimiento es caro. Miles de ciudadanos ni siquiera sabrán qué era Usaid hasta que su ausencia les toque directamente: cuando no llegue el medicamento, cuando el curso de formación se suspenda, cuando un trámite migratorio se complique por falta de respaldo institucional. Muchos perderán oportunidades de estudio, otros comprometerán su salud y algunos verán cerradas las puertas para obtener una visa.
Esa es la tragedia silenciosa: el desmantelamiento de un puente que, aunque no siempre visible, conectaba a comunidades enteras con redes de apoyo, con alivio concreto, con posibilidad. Lo humanitario no puede depender solo de conveniencias políticas. Tampoco puede volverse tema tabú en debates públicos. El desarrollo, entendido como una inversión en dignidad, no debería interrumpirse por razones ideológicas o diplomáticas.
Usaid no era perfecta. Pero cuando se retira una mano tendida, lo que sigue no es solo un vacío logístico: es una cadena de consecuencias humanas y esas, lamentablemente, rara vez ocupan titulares.
Porque lo que parece una decisión técnica, allá arriba, acá abajo se traduce en tratamientos cancelados, proyectos interrumpidos, caminos cerrados. Es fácil criticar una institución; más difícil es ver a quién dejaba de pie. Y al final, ese es el costo que nadie calcula cuando la cooperación se interrumpe: el de las vidas que ya no tendrán quien las acompañe.