Seis años ha esperado Judith Belandria para que Chile responda a su solicitud de refugio. Durante ese tiempo, la venezolana ha vivido en Santiago como un «ciudadano de segunda». En este 20 de junio, Día Mundial del Refugiado, la mujer de 56 años aún espera que el país que la recibió en 2016 la reconozca como refugiada

Judith Belandria ha hecho la renovación de su residencia temporal en Chile en nueve ocasiones, un permiso que se debe actualizar cada ocho meses mientras la persona permanece a la espera de su solicitud de refugio, un proceso que comenzó la venezolana seis años atrás, luego de haber dejado su país por ser perseguida y amenazada.

La Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela (R4V) contabilizó, para el 31 de diciembre de 2021, a 199.206 venezolanos refugiados reconocidos, mientras que se registraron 971.970 solicitudes de refugio. Para la misma fecha, Chile entró en la lista de los 10 países que reciben más solicitudes de refugio por parte de venezolanos, con un total de 4.700, pero solo registró 22 refugiados venezolanos reconocidos. El caso de Belandria es uno entre miles y el número aumenta.

Neida Colmenares, directora de Ciencia Política de la Universidad Central de Chile, explicó que hoy en día, pese a que se tenga el carné temporal de residencia otorgado a los solicitantes de refugio, no se garantiza el acceso a servicios y derechos en Chile para los migrantes y refugiados, ocasionando que muchas personas se encuentren en situaciones de vulnerabilidad.


Fue una batalla muy dura, me dijeron que me iban a llevar presa. Como los policías comenzaron a perseguirnos, a mi hijo de 16 años lo agarraron y se lo llevaron al comando de Palo Negro

María Belandria, venezolana solicitante de refugio en Chile que migró por ser perseguida política

Belandria contó a El Pitazo que si bien logró revalidar su título en educación para ejercer en la capital chilena, al ser solicitante de refugio no puede sacar la licencia de conducir, acceder a un crédito bancario, tramitar una tarjeta de crédito, ni salir del país sin solicitar antes un permiso. «Me arrepiento«, dice la venezolana al recordar el día en el que fue a solicitar el estado de refugiado junto a su hijo.

De la felicidad a la migración

Judith Belandria, de 56 años, cuenta que antes de que la idea de dejar su país pasara por su mente, era muy feliz atendiendo la fundación El Hogar de los Abuelos, ubicada en Cagua, Aragua, fundada por ella misa para dar un techo, comida y atención a los adultos mayores en situación de calle. Sin embargo, dijo que dirigir el lugar la llevó a tener desacuerdos con figuras políticas venezolanas, lo que ocasionó que tanto ella como su familia fueran víctimas de persecución.

«Fue una batalla muy dura, me dijeron que me iban a llevar presa. Como los policías comenzaron a perseguirnos, a mi hijo de 16 años lo agarraron y se lo llevaron al comando de Palo Negro; cuando llegué le estaban dando golpes. Le reclamé al comisario que se lo llevó y luego lo denuncié, pese a que me decían que no lo hiciera», contó.

La venezolana optó por mudarse a la isla de Margarita, junto a su esposo e hijo en 2016, pero en ese mismo año la escasez de alimentos y medicamentos se agudizó en el país. Su lucha por conseguir el tratamiento de cáncer para su papá, quien vive solo en Caracas, y ver a su hijo con niveles de desnutrición, hicieron que tomara la decisión de emigrar a Chile.


Pasaron cuatro, cinco y seis años, con nueve visas temporarias; a esta hora a nosotros no nos han dado el estatus de refugiado

María Belandria, venezolana solicitante de refugio en Chile que migró por ser perseguida política

Los eternos solicitantes

La venezolana y su esposo decidieron que la mejor opción para emigrar era Chile, por lo que tomaron sus pertenencias y en septiembre 2016 dejaron Venezuela. Una vez llegaron, su esposo logró conseguir trabajo por medio del Instituto Católico Chileno de Migración (Incami), pero ella y su hijo no encontraron empleo en las primeras de cambio.

Judith se sentía insegura sobre la idea de solicitar asilo, pero su hijo estaba muy insistente puesto que pensaba que así podrían conseguir trabajo con más facilidad, así que juntos acudieron a la Sección de Refugio del Departamento de Extranjería y Migración en Santiago de Chile, donde consignaron todas las evidencias de su persecución en Venezuela.

«La abogada que nos atendió me dijo que en un año me aprobarían el refugio, nos dieron un carné temporal y con eso podíamos trabajar. Así transcurrió nuestra vida, con ese carné temporal. Pasaron cuatro, cinco y seis años, con nueve visas temporarias; a esta hora a nosotros no nos han dado el estatus de refugiado», contó Belandria.

La venezolana ha enviado cartas a diferentes organismos de Chile exponiendo su caso, pero no ha recibido una respuesta. Además, ha perdido en varias ocasiones la oportunidad de optar a otro proceso migratorio puesto que los funcionarios chilenos le recomiendan que continúe esperando la aprobación de su refugio.

Colmenares asegura que Judith Belandria no es la única venezolana que se encuentra en una situación de espera prolongada. «Hay varios casos como ese. Les afecta de forma contundente en su salud mental y en su condición de vida; se genera una sensación de incertidumbre y se crean barreras para acceder a la inclusión social en el país».

Refugiado versus solicitante

Una vez que una persona recibe una notificación en su domicilio que declara el reconocimiento de su condición de refugiado, se le entrega un permiso de residencia permanente y un documento de identidad para extranjeros, además de un documento de viaje que le permite entrar y salir de Chile. Esto hace que el migrante pueda acceder a todos los servicios y derechos que se le ofrecen a cualquier connacional chileno.

Sin embargo, acceder a todos los derechos de un refugiado reconocido se ha convertido en tan solo un sueño para quienes continúan esperando obtener una respuesta tras haber hecho su solicitud. Los solicitantes en Chile pueden transitar libremente, acceder a trabajo, estudios y salud, pero también poseen limitantes como obtener créditos bancarios, permisos para salir del país e incluso la posibilidad de que no los contraten en algunas empresas.


Les afecta de forma contundente en su salud mental y en su condición de vida; se genera una sensación de incertidumbre y se crean barreras para acceder a la inclusión social en el país

Neida Colmenares, directora de Ciencia Política de la Universidad Central de Chile

«Ahora con tanta gente que ha llegado, solo nos ven como unos simples solicitantes de refugio. No puedes optar a un crédito ni comprar un carro, te conviertes en un ciudadano de segunda«, dijo Belandria.

Según la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (Casen), publicada en julio de 2021, se vio un aumento significativo de los índices de pobreza en la población de Chile durante 2020, en el contexto de la pandemia por COVID-19. Sin embargo, el grupo que sufrió un deterioro más radical en sus ingresos fue el de los migrantes.

La Casen mostró que, para la fecha, había 490.000 venezolanos en Chile, lo que representaba un alza de 162 % al número de migrantes que se registraba cuatro años atrás. Actualmente, la plataforma R4V registra a 448.138 venezolanos en Chile para mayo de 2022, muchos de los cuales han ingresado por vías irregulares en la frontera con Bolivia.

El estudio publicado en 2021 arrojó que los migrantes más afectados fueron aquellos que residían en la zona norte de Chile, en regiones de Arica y Parinacota, Tarapacá y Antofagasta, donde la tasa de pobreza de los extranjeros alcanzó un 28 %. «Los solicitantes no pueden acceder a programas sociales ni apoyo económico del estado. Durante el contexto de la pandemia fueron importantes y se le otorgó a las familias vulnerables. No tener una regularidad migratoria te limita a tener apoyo del estado«, expuso Colmenares.

Ante las limitantes que Judith Belandria ha sufrido por seis años, actualmente no sabe qué hacer para sentirse acogida. Entre sus pensamientos se batalla la idea de regresar a Venezuela, volver a emigrar o continuar en Chile, pero su edad y su estado de salud -el cual se ha desgastado con el paso de los años- hacen que se le haga difícil tomar una decisión.

«No me dejaron visitar a mi hija en Argentina, porque soy solicitante. Pensamos ir a España, pero es comenzar de cero a mis 56 años. Realmente no sé si quiero seguir aquí», dijo la venezolana.

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