“El autoritarismo es un tipo de régimen autocrático. Es decir, un régimen no democrático en el que el poder se concentra en una sola persona”. Esta sería una definición clásica del fenómeno.
Hoy en día existe una especie de metamorfosis que lo ha hecho reaparecer con mucha fuerza en un mundo donde las instituciones parecen haber retrocedido ante su nueva explosión. Muchos gobiernos hoy presentan señales inequívocas de concentración del poder en una sola persona, o al menos, en una élite que niega o dificulta la alternabilidad -característica de las democracias- y por la cual, en el pasado reciente y lejano, se dieron infinidad de batallas jurídicas o bélicas, que hicieron limitar el poder de uno con un entramado institucional que no permitiera que los “defectos” recónditos de las personalidades de los gobernantes, se interpusieran en el ejercicio del poder.
Esta reaparición del fenómeno hasta ahora ha demostrado ser transversal a cualquier formato ideológico forjado desde la izquierda o la derecha. De hecho, estas categorías analíticas también han perdido cierta vigencia en vista de las similitudes en los rasgos autoritarios que presentan.
Pero la reaparición del autoritarismo también tiene sus bemoles en las sociedades que terminan eligiendo o respaldando con votaciones masivas, a gobernantes con actitudes abiertamente autoritarias. Es un proceso que se ha ido consolidando con el desarrollo de las redes sociales y la exacerbación del culto a la personalidad del líder. Ante una relación e interacción directa permitida por la tecnología actual, las sociedades están premiando conductas extravagantes y autocráticas reflejadas diariamente en plataformas digitales. Como consecuencia, los contrapesos al poder se han debilitado y los procesamientos de las diferencias políticas han pasado a segundo plano con el protagonismo de la personalidad por encima de la institucionalidad. Hay que agregar también al cocktail, la creciente complejidad geopolítica que favorece la irrupción de un nuevo caos.
Según un análisis de Javi López para el portal Política Exterior, “el nuevo desorden mundial toma forma mientras las especulaciones dejan paso a las órdenes ejecutivas”. Es decir que, los intereses contrapuestos entre las grandes potencias han actuado como elemento de parálisis en las crisis nacionales. Vemos como Siria, Venezuela, Nicaragua, Cuba, Libia, Afganistán y ahora Ucrania, entre otros casos, proyectan sus conflictos políticos por años por las contradicciones y los intereses geopolíticos que hacen vida activa en los organismos multilaterales; vetando posibilidades de solución y favoreciendo el crecimiento del autoritarismo por la confianza que ganan los líderes al saber que se sienten protegidos por el actual caos geopolítico global. Es una situación compleja que ha facilitado la consolidación del fenómeno del autoritarismo. El internacionalista Felix Arellano lo expresa en los siguientes términos: “El autoritarismo, en muy diversas expresiones y niveles de intensidad, está creciendo en el mundo; son varios los gobiernos democráticos en su origen que en el ejercicio práctico van desarrollando tendencias autoritarias con el objetivo de perpetuarse en el poder”. Y en esa misma dinámica expresa que “una de las estrategias que utilizan los gobiernos autoritarios, a los fines de lograr estabilidad, tiene que ver con el establecimiento de estrechos vínculos con países potencias de la geopolítica mundial buscando, tanto respaldo como complicar la situación y la construcción de las soluciones”.
En esa ecuación, es obvio entonces, el crecimiento de gobiernos autoritarios que no responden a intereses nacionales, sino a los balances de poder que otros gobiernos más fuertes en el contexto internacional manejan con criterios abiertamente geopolíticos. Es algo con lo cual tendremos que lidiar mientras se potencian nuevas alternativas de consolidación de la democracia en el ámbito de las relaciones globales.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
Del mismo autor: El tránsito hacia la política arancelaria
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“El autoritarismo es un tipo de régimen autocrático. Es decir, un régimen no democrático en el que el poder se concentra en una sola persona”. Esta sería una definición clásica del fenómeno.
Hoy en día existe una especie de metamorfosis que lo ha hecho reaparecer con mucha fuerza en un mundo donde las instituciones parecen haber retrocedido ante su nueva explosión. Muchos gobiernos hoy presentan señales inequívocas de concentración del poder en una sola persona, o al menos, en una élite que niega o dificulta la alternabilidad -característica de las democracias- y por la cual, en el pasado reciente y lejano, se dieron infinidad de batallas jurídicas o bélicas, que hicieron limitar el poder de uno con un entramado institucional que no permitiera que los “defectos” recónditos de las personalidades de los gobernantes, se interpusieran en el ejercicio del poder.
Esta reaparición del fenómeno hasta ahora ha demostrado ser transversal a cualquier formato ideológico forjado desde la izquierda o la derecha. De hecho, estas categorías analíticas también han perdido cierta vigencia en vista de las similitudes en los rasgos autoritarios que presentan.
Pero la reaparición del autoritarismo también tiene sus bemoles en las sociedades que terminan eligiendo o respaldando con votaciones masivas, a gobernantes con actitudes abiertamente autoritarias. Es un proceso que se ha ido consolidando con el desarrollo de las redes sociales y la exacerbación del culto a la personalidad del líder. Ante una relación e interacción directa permitida por la tecnología actual, las sociedades están premiando conductas extravagantes y autocráticas reflejadas diariamente en plataformas digitales. Como consecuencia, los contrapesos al poder se han debilitado y los procesamientos de las diferencias políticas han pasado a segundo plano con el protagonismo de la personalidad por encima de la institucionalidad. Hay que agregar también al cocktail, la creciente complejidad geopolítica que favorece la irrupción de un nuevo caos.
Según un análisis de Javi López para el portal Política Exterior, “el nuevo desorden mundial toma forma mientras las especulaciones dejan paso a las órdenes ejecutivas”. Es decir que, los intereses contrapuestos entre las grandes potencias han actuado como elemento de parálisis en las crisis nacionales. Vemos como Siria, Venezuela, Nicaragua, Cuba, Libia, Afganistán y ahora Ucrania, entre otros casos, proyectan sus conflictos políticos por años por las contradicciones y los intereses geopolíticos que hacen vida activa en los organismos multilaterales; vetando posibilidades de solución y favoreciendo el crecimiento del autoritarismo por la confianza que ganan los líderes al saber que se sienten protegidos por el actual caos geopolítico global. Es una situación compleja que ha facilitado la consolidación del fenómeno del autoritarismo. El internacionalista Felix Arellano lo expresa en los siguientes términos: “El autoritarismo, en muy diversas expresiones y niveles de intensidad, está creciendo en el mundo; son varios los gobiernos democráticos en su origen que en el ejercicio práctico van desarrollando tendencias autoritarias con el objetivo de perpetuarse en el poder”. Y en esa misma dinámica expresa que “una de las estrategias que utilizan los gobiernos autoritarios, a los fines de lograr estabilidad, tiene que ver con el establecimiento de estrechos vínculos con países potencias de la geopolítica mundial buscando, tanto respaldo como complicar la situación y la construcción de las soluciones”.
En esa ecuación, es obvio entonces, el crecimiento de gobiernos autoritarios que no responden a intereses nacionales, sino a los balances de poder que otros gobiernos más fuertes en el contexto internacional manejan con criterios abiertamente geopolíticos. Es algo con lo cual tendremos que lidiar mientras se potencian nuevas alternativas de consolidación de la democracia en el ámbito de las relaciones globales.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
Del mismo autor: El tránsito hacia la política arancelaria